Capítulo I

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Nunca entendí por qué tantas personas disfrutan el sabor del café. A todos en la oficina les gusta tomarlo de la cafetera eléctrica y agregarle cosas innecesarias, haciendo que la desagradable sensación al gusto empeore. Dahyun acostumbra a beberlo tal y como sale de la máquina de café, sin agregarle nada más que un chorrito de leche de almendras, Jackson suele añadirle leche deslactosada y tres de azúcar. No sé cuál de las dos opciones me parece más repulsiva, para ser sincera. Kai no bebe café, siempre se prepara té verde sin endulzantes al despertar. Por las mañanas corre durante una hora, casi 20 kilómetros desde la casa hasta el centro de la ciudad y viceversa, siempre siguiendo la ruta de la ciclovía. Evita a toda costa la cafeína porque, contrario a lo que se piensa, él está convencido de que lo desgasta muy pronto y lo hace sentir inquieto.

Auckland es una ciudad muy grande y muy mixta. Eso es algo que siempre nos gustó para establecernos, además de que es bastante limpia y organizada. Las oficinas del centro de la ciudad en donde trabajamos están a una distancia relativamente corta si la comparamos con el recorrido que hacemos para llegar hasta ellas desde casa, o a la escuela de Tae. El tráfico por las mañanas es algo que en definitiva no consideramos antes de inscribirlo en el colegio, quizás habría sido prudente encontrar un preescolar más cercano o que por lo menos no implicara recorrer media ciudad de punta a punta antes de empezar nuestras jornadas laborales. Afortunadamente nuestros trabajos quedaban a unos quince minutos del otro, a veces una carrera o el subterráneo nos hacían las cosas más fáciles.

Antes de llegar a la oficina usualmente tomo un licuado de frutas o preparo un muesli para desayunar a media mañana. Con las prisas de dejar a Tae en la escuela, tener listo su desayuno, estar arreglada antes de que el tráfico colapse y esperar a que Kai revise su portafolio un par de veces, es muy difícil que sienta apetito tan temprano por las mañanas. A Tae le gustan los waffles con fresas y miel, y Kai los prefiere con nutella. A mí siempre me han gustado más los hot cakes con sirope, aunque sea grotesco decidirme por el montón de azúcar industrializada antes que la miel orgánica que tenemos en casa. Y así me quejo del café de la oficina, sí, es una gran contradicción y un acto profundo de hipocresía.

El trayecto a la oficina normalmente es agitado y ruidoso. A Tae le gustan mucho las canciones dinámicas y con muchos sonidos, como si estuvieran mil canciones en una. Últimamente parece ser que todas las infancias están obsesionadas con Ddu-ddu-ddu, es una gran canción, no voy a negarlo, pero escucharla en loop todos los días llega a ser demasiado. Tae es muy cuidadoso y organizado, cosa que reconozco orgullosamente que es gracias a mí. Es un niño muy analítico y espontáneo, nunca se queda con una duda, porque tiene que saber la respuesta de todo al instante. No le gustan los vegetales, aunque los come porque sabe que es la única manera de poder jugar Minecraft después de la escuela, y de poder dar paseos con Coki, el labrador de la casa y receptor de todo su cariño. Sí, mi hijo adora a nuestro perro más que a nosotros; a Kai le parece gracioso que se haga el difícil para recibir abrazos pero siempre sea el primero en pedirlos. Nunca se los negamos, y yo vivo encantada de que pida afecto cuando genuinamente lo desea.

Últimamente pienso mucho en Kai y repaso nuestra rutina para tratar de entender en dónde está la grieta que nunca vimos. Es difícil ser objetiva con sus palabras y sus acciones ahora que todo parece estar derrumbándose. Todavía se despierta una hora antes que yo y corre los 20 kilómetros que nos separan del centro de Auckland. Yo aún me despierto a preparar el desayuno de Tae y el mío, me ducho, me maquillo y me visto para subir al coche antes que él y esperar a que revise su portafolio para empezar el recorrido de casi una hora hasta el centro de la ciudad. Aún pasamos al colegio de Kai y le deseamos un lindo día, le recordamos que sea amable y educado con sus compañeros y su profesora, y después me lleva a la oficina y nos vemos nuevamente hasta la tarde, ya casi entrada la noche, cuando pasa por mí para volver a casa y cenar los tres juntos. Salvo por los dos nuevos hábitos que adquirí el último mes, cuando lloro mientras me ducho por las mañanas, y cuando tardo casi diez minutos más intentando disimular mejor la hinchazón en las bolsas debajo de mis ojos. Wendy lo ha notado en cuanto llego a la oficina, pero es muy amable como para señalarlo y simplemente se limita a preguntarme si necesito un descanso de toda la presión del trabajo que "últimamente ha sido mucha". También el camino a la oficina es distinto. Se siente incómodo, extraño. Como si estuviéramos parados sobre una carretera desierta con nada más que una botella de agua cada uno y sin un mapa que nos indique en dónde conseguir sombra y cobijo. Antes solíamos serlo el uno del otro. Kai fue la redención del amor en mi vida, o al menos eso pensaba, hasta antes de que todo llegara a su punto de quiebre. Mientras nos dirigimos al colegio de Tae es él quien rompe el hielo con sus preguntas sobre todo lo que le rodea y sobre todo lo que quiere descubrir del mundo. La última vez nos sacó risas a los dos después de preguntarnos si la persona que le puso nombre a las ballenas lo hizo porque están enormes y "vanllenas" de pececitos diminutos. No supimos qué responderle, pero nos reímos durante algunos segundos, aunque tengo la sospecha de que la gracia estuvo en el destello de alegría que desprendió mi hijo con el comentario ocurrente, dentro de todo el caos que atravesamos su papá y yo, invisible a él, ajeno a todo el dolor y la crudeza con la que nos despertamos, nos miramos y nos vamos a dormir.

The seaside - JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora