El sábado por la mañana, el equipo de rugby estaba con tanta resaca por la celebración del juego de la noche anterior, que Lalisa tuvo que iniciar los trabajos en la librería ella sola. Al parecer, Wonho había acordado la entrega de los dos minisplits que serían instalados ese mismo día por la empresa. El único problema es que él no estaría para recibirlos porque a primera hora de la mañana ni siquiera había despertado, así que, después de su rutina de ejercicio, se dio un baño, dejó listo el desayuno y montó la bicicleta con rumbo al pueblo. Me despertaron el olor del café y el sonido seco de la puerta al cerrarse. Seguía con la misma torpeza de siempre. Habíamos prometido a Tae ir al acuario al mediodía, después de recolectar algunos peces de la playa por la mañana, por lo que, muy apenada mientras comía las fresas sobre los waffles, me pidió disculparla con él, cosa que parecía ser su mayor preocupación en ese momento, además de invitarnos a cenar en Wellington esa misma noche, después del trabajo, para compensar el abrupto cambio de planes. Tuve mis dudas porque seguramente estaría exhausta para cuando regresara a casa; toda la semana estuvo compartiendo las mañanas con nosotros, empezaba el trabajo después del almuerzo, por los entrenamientos de Wonho, y volvía cuando ya había oscurecido. Notó mi preocupación al respecto y me aseguró que no había ningún problema, que se tomaría el domingo para descansar, por lo que podríamos ver películas en su habitación, con palomitas y nachos. Finalmente acepté, sólo porque prometió regresar a las cinco y no a las ocho como de costumbre. Al menos así tendría tiempo de ducharse y descansar un poco antes de emprender el viaje de hora y pico hacia la ciudad.
El centro de Wellington era la zona más recomendada para encontrar sitios agradables en donde cenar. En el pasado, Jisoo y yo visitamos la ciudad durante varios fines de semana, cuando aún salía con Hyunjin. Ella me acompañaba para no sentirme tan perdida entre la cantidad de gente y el tráfico que parecían duplicar a los de Auckland. Kai y yo vinimos un par de veces, ambas por trabajo. La última ocasión que estuvimos de visita, Jihyo se hospedó en el mismo hotel que nosotros. Los días posteriores a la noche en que lo confronté, pensaba mucho en aquella vez en la que los encontré desayunando en el restaurante del edificio, y ella jugaba con su reloj, movía el dedo índice por sobre las hendiduras del oro sobre su muñeca, con cuidado de no hacer contacto con su piel. Kai no se inmutó al verme llegar, y Jihyo tampoco. En ese entonces no pude notar la tensión que hasta hace unos meses fácilmente fui capaz de reconocer, y de llorar. Realmente todas las señales estuvieron ahí. Comenzaba a pensar que quizás Kai ni siquiera se esforzaba lo suficiente para tapar las evidencias, probablemente pensó que nunca estaría ni remotamente cerca de descubrirlo. Durante un tiempo así lo deseé. La información es poder, y muchas veces me cuestioné lo mismo, ¿habría preferido no saberlo y evitarme todo este duelo?, ¿o me sentía agradecida por descubrir la verdad? Bueno, agradecida no sería la palabra que habría usado entonces, pero lo cierto es que no tenía idea. Nada dentro de mí tenía un ápice de claridad. Todo lo que sentía por Kai, lo bueno y lo malo, se mantenía inamovible y no me sentía capaz de reunir la valentía para hacerle frente y ordenar mis ideas. Irónicamente, para eso había llegado a casa de Lalisa. Por ese motivo estaba en Plimmerton, a kilómetros de la ciudad en donde había vivido toda mi vida. Y sin embargo, no se sentía ni de cerca como un cierre, sino como un inicio.
Walter&Haynes era el mejor sitio para comer mariscos en toda Nueva Zelanda. Lalisa también lo conocía porque era uno de los pocos sitios que ofrecían opciones vegetarianas que no estuvieran insípidas o fueran un completo desastre. En varias ocasiones, cuando recién se mudó al pueblo, hicimos FaceTime desde la terraza en la planta alta del lugar. Era un área fresca y llena de color. Cuando pensaba en la esquina del espacio al aire libre que daba con la avenida, inundada por la brisa de la costa, no podía dejar de sentir el sabor de una margarita recién hecha.
El trayecto fue bastante liviano, en gran parte gracias a las ocurrencias de Taehyung. Estaba muy emocionado por conocer una ciudad distinta, quería visitar el observatorio y el acuario. No podríamos quedarnos para visitarlos, pero le prometimos regresar en cuanto organizáramos nuestros horarios. Aceptó, muy emocionado. Tenía los binoculares y la gorra de los Yankees que le regaló Lalisa para ir al juego. Comenzaba a sospechar que quitársela sería una tarea imposible. Al parecer, ella había hecho reservación durante la mañana, porque nuestra mesa para tres estaba libre. Ocupamos un sitio en la terraza de arriba, la vista era imperdible. Una joven rubia se acercó a tomar nuestra orden. No tuve que pensar lo que pediría, estaba muy ansiosa por probar la langosta, Tae prefirió los camarones capeados y Lalisa eligió una versión vegetariana del típico ceviche neozelandés.
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The seaside - JENLISA
Fiksi PenggemarDespués de un matrimonio en crisis tras doce años juntos y un hijo en común de seis, Jennie Kim decide tomarse un descanso de su vida como madre y empleada en un banco para sanar heridas del pasado y del presente. Pero durante el verano en la costa...