Capítulo XI

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La tarde entera había sido un conjunto de escenarios incómodos, uno tras otro sin pausa ni clemencia hacia mí. Kai nos había acompañado a comer con Giulio, y después de que Taehyung terminara sus dos malteadas en compensación por no decirle que Lalisa no iría con nosotros, caminamos un poco por el centro del pueblo, visitando las tiendas. Tae compró varios peluches y, en cuanto entramos al sitio de camping, supe que las cosas no harían más que empeorar. Kai sugirió acampar en la playa por la noche, a lo que Tae respondió saltando enérgicamente por todo el lugar, ganándose un llamado de atención por la empleada. Aquella situación sólo complicaba todo porque ya me sentía completamente invadida con la presencia de Kai en la casa, en Plimmerton.

-Tae, ¿cuál te parece mejor?- preguntó Kai, señalando dos de las casas de campaña que la empleada le había entregado para revisar. Ambas cajas eran grandes y mostraban a tres personas en la imagen publicitaria del producto. Realmente sería descarado de parte suya sugerirme compartir la casa juntos.

-Hmm, creo que la azul. ¡Ahí cabemos los tres!- respondió. Cuando advertí que esperaba que con 'los tres' se refiriera a Lalisa, él y yo, supe que ya no había retorno. Estaba enamorándome de ella, y no podía hacer nada para detenerlo. Yo ya tenía una familia, estaba atravesando por una crisis matrimonial, sí, pero teníamos un hijo en común y seguía siendo la esposa de Kai. Y sin embargo, las últimas tres semanas se habían sentido más en casa y en familia que los últimos años. Y no porque hayan sido malos, porque no lo eran. Kai era un padre increíble, adoraba a Tae. Y hasta unos meses atrás, había sido el esposo ideal; era amable, cariñoso y empático. Nunca le habría dado la espalda, ni habría tenido cabida para alguien más, hasta ahora. Justo como las olas en la playa de Plimmerton revolviendo el mar entero... así se sentía Lalisa.

-Perfecto, llevaremos esa- sonrió Kai. La empleada escribió el código de venta del producto y le pidió que la acompañara a la caja, algo tímida. Era normal encontrar este tipo de reacciones en las demás personas cuando él estaba cerca. Era ridículamente guapo y encantador. Yo misma me había visto en la misma situación cuando recién nos conocimos.

Lalisa regresó un poco más tarde de lo previsto. Usualmente estaba en casa a las ocho, pero ese día volvió hasta pasadas las 9. Kai estaba con Tae en su habitación, porque él había querido mostrarle todas las fotografías que hizo con las cámaras de Lalisa durante el verano. También quería mostrarle su cuarto y sus creaciones.

-Hola, ¿todo bien?- preguntó en cuanto bajó de la camioneta. Tenía una bolsa de papel en la mano, muy probablemente con la cena para nosotros. Tomó asiento en la mecedora libre a mi lado, en el porche. Antes de salir a tomar el aire, me había servido una copa del vino blanco que tenía en la repisa superior de la cocina, por lo que se la ofrecí.

-No, gracias. Estoy bien- declinó amablemente. -¿Estás bien?, ¿cómo estuvo la tarde?- preguntó. Estaba como de costumbre, con una blusa debajo y el overol de mezclilla cubierto de restos de madera y salpicado de pequeñas gotas de pintura. Se le notaba el cansancio no sólo en los hombros sino en el rostro, debajo de los ojos ligeramente hinchados. Lalisa trabajaba demasiado, siempre había sido así. Desde mucho antes, durante los años más duros para Bambam y ella, justamente después de la muerte de Mara. Había tantas facturas por pagar y el dinero no les rendía. Hubo una temporada en la que tuvo tres trabajos, apenas dormía y comía pésimamente, porque Bambam siempre estuvo primero. Hasta hace algunos años, cuando quien había sido su hermano pequeño finalmente se había desintoxicado y, después de muchos intentos de rehabilitación, finalmente estaba en recuperación del alcoholismo que le sobrevino al verse huérfano tan joven. Lalisa siempre había sido así. No había existido un solo día de queja, aunque por las noches llegara la tristeza en forma de llanto desmedido. Tiempo después sabríamos que era una depresión profunda que se había arraigado tanto a su cuerpo, que casi la terminaba por consumir. Afortunadamente, Lalisa siempre había sido más fuerte que la madera con la que trabajaba. Sí, estaba llena de grietas pero nunca terminaba de romperse. Ciertamente no conocía las palabras para reconocer la admiración que sentía por todo su coraje. No conocía a nadie que fuera más valiente que ella. De repente, sentí una ternura infinita ante este pensamiento y el recuerdo de lo que había sido verla crecer y caminar a su lado los últimos veinte años, y con ello llegaron también las lágrimas, mientras acariciaba su mejilla izquierda con la mano. Había cerrado los ojos ante el contacto, por lo que no las notó de inmediato.

The seaside - JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora