11: Inconveniente

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Tenía una resaca increíble, me incorporé, me dolía el cuello y entendí por qué.

A mi lado estaba Dylan plácidamente dormido, habíamos dormido en el suelo de la sala de boxeo. Tenía un dolor de cabeza horrible y me dieron ganas de ir al baño a vomitar.

Cuando salí ya estaba despierto.

– Pero bueno dormilón – dije bromeando, a lo que me dedicó una amplia sonrisa.

– Me he despertado porque tú móvil no dejaba de sonar – a continuación, se levantó y fue directo al baño. Yo cogí el móvil y estaba lleno de llamadas perdidas de Heiner. Hasta que vi mensajes de mi madre.

No sé cómo se me pudo olvidar.

Este año tocaba en Alemania el aniversario de la empresa de mi padre. Y como mi padre estaba en coma, mi madre era la que tenía que asistir. Invitó a gente conocida, y como no, también a desconocidos. Invitó prácticamente a toda Alemania.

Ya era el 14 aniversario de La bodega Brown.

Fue fundada por mi abuelo Óscar Brown, pero después de su fallecimiento, la heredó mi padre, James Brown.

Actualmente, como bien he dicho antes, mi madre ahora está al cargo y no sé cómo va a dirigir la fiesta. A saber cómo decora el casoplon en el que se va a celebrar este evento.

Esta fecha es muy importante para mis padres, pero sobretodo para mí padre. No quiere decepcionar a mí abuelo y siempre lo dió todo por esa empresa.

La encargada ahora mismo es Abby Paige, esa era mi madre. Es el alma de las fiestas y creo que está vez se nos va a ir de las manos.

Inconveniente.

Lo más seguro es que Heiner asistiera a el evento, y yo no quería verle su estúpida y perfecta cara otra vez después de lo de anoche.

También tendría que ayudar por el estado en el que se encuentra mi padre.

El evento se realizará el siguiente sábado, según los mensajes, y creo que no estoy preparada para ello.

Ignoré las llamadas y mensajes de Heiner, de hecho lo bloqueé. Me tocaría ir hoy a empezar a preparar el lugar para el aniversario y no quería distracciones.

Dylan se marchó a casa y yo pedí un taxi. Me monté y le di la dirección de la casa. Supongo que mi madre ya estaría allí.

Cuando llegué, le pagué al conductor y llamé a la puerta. Mi madre abrió con una amplia sonrisa a la que no correspondí.

– A qué viene esa cara? – me preguntó y su sonrisa se desvaneció.

– A nada, es la de siempre. Es que no me apetece fingir que somos una "familia feliz", cuando no es cierto.

– Si lo somos, y sino acostúmbrate a serlo al menos durante la fiesta.

– No lo somos porque ya estás con la tapadera de ser la "familia perfecta".

– No pienso discutir más contigo señorita – si, mi madre a veces sigue siendo muy antigua.

Pasé y estaba todo despejado y listo para empezar a trabajar. Justo llegó un camión que supongo que traerá los vinos y jamones.

En mi ciudad no tenía buena fama tener un padre jamonero y con su propia bodega. Se solían burlar de aquello aunque no le veo el más mínimo sentido.

Descargaron el camión y nos pusimos manos a la obra. Esto nos iba a tomar un tiempo. Nos gustaba preparar las cosas con antelación, y además yo no podría venir a ayudar durante la semana por los estudios.

Mi madre colocó los jamones, los tapó bien y preparó las mesas, mientras que yo iba sacando y agrupando los vinos. Luego puse la cubertería y las copas de cristal bien alineados.

Puse luz en el oscuro y profundo pasillo que lleva a la puerta trasera, y mi madre colocó una larga y estrecha alfombra roja desde la entrada, hasta las escaleras.

Lo típico.

Eran las dos de la mañana y me fui a casa. Quedaban un par de detalles y algunos retoques, pero de eso se encargaría mi madre.

Cuando llegué, la verdad es que no podía dormir. No podía parar de pensar que en menos de una semana volvería a ver a Heiner. Bueno, de hecho le veré entre semana, pero le intentaré evitar. No quiero líos.

El sábado, me tocaría estar con Heiner y con Dylan todo el rato, mientras que ella se hará la sociable y charlará con todo el mundo.

Estar con Dylan no me supone un problema, pero después de aquello, estar con Heiner sí.

Como no podía dormir, opté por ponerme música y leer. Estaba leyendo un libro de mis autores favoritos, Stephen King y a la vez, estaba escuchando Imagine Dragons.

Siempre quise ir a un concierto suyo, pero nunca pude por circunstancias de lugar.

Me terminé el último capítulo, cerré el libro, y me quedé escuchando música hasta que mis párpados amenazaban con cerrarse y mis ojos comenzaban a pesar. Poco a poco logré entrar en un largo y profundo sueño.

Enséñame a volver a sentir ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora