Capítulo uno

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Siempre he tenido la mala suerte de rodearme de aquellas personas que no soporto sin quererlo. Ésta es una de esas veces, aunque hace tiempo ese problema se junta para enrollarse con mi amiga Miércoles.

Ahí está Sam, con la gorra del uniforme puesta hacia atrás, a pesar de que le queda fatal. Sam, por desgracia, trabaja en la misma heladería que yo. Él conoció a Miércoles hace tres meses en este mismo lugar. Y encima gracias a mí. A partir de ese momento, vendrían días llenos de miradas atravesadas, gruñidos y ojos en blanco.

—Su pedido —extiendo el recipiente del yogurt helado a una mujer delgaducha que me sonríe con alegría.

No obstante, esos tres meses junto a la máquina expendedora de hormonas de Sam, estuvo Víctor, mi actual novio. Si digo que roza la perfección, tal vez exagero. Pero no: Víctor es un rubio de ojos marrones con buenísimas calificaciones (bueno, antes de que dejara los estudios), atento, cariñoso, y, además, toca la guitarra en un grupo. Cuando nos miramos, supimos que tendríamos futuro porque mis mejillas tornaron a rojas al él sonreírme.

Deseo acabar ya mi turno para despedirme del jaleo que hay en la heladería: niños gritando y corriendo, baños con olores desagradables y el compañero de trabajo más borde que puede existir en el mundo.

—Te llama el jefe —dice la marabunta de rizos con desdén.

Voy directa al interior de la heladería y atravieso el largo pasillo pasando por la sala que tenemos todos los empleados para dejar nuestras pertenencias. Oigo unas voces hablando por teléfono procedentes del otro lado de la puerta. Toco ésta dos veces y abro. Mi jefe Juan se toca las sienes con tanta gana que parece querer perforarse el cerebro. Me mira a mí y después a la silla. Me siento y espero a que Juan termine con la llamada.

—Te necesito el sábado por la tarde.

«¿Qué?»

Había quedado con Víctor para ir a ver su concierto. En un principio, me dispuse a negarme, pero entonces el jefe vuelve a hablar:

—Te pagaré el doble. Sé que no es tu turno y que no tienes por qué venir, pero vendrá el hijo del jefazo a hacer una revisión de las instalaciones y el funcionamiento del establecimiento. Necesito al mejor personal.

Nada más decir eso, pienso que puedo reunir más dinero para mi futuro coche y adelantar algunos pagos del alquiler de la casa que comparto hasta hace poco con Miércoles. Asiento con profesionalidad y el hombre suspira aliviado.

—Muchas gracias, Sofía. Te veo el sábado.

Salgo del despacho aguantando las ganas de bostezar y voy hacia la sala de los empleados. Abro mi taquilla y cojo mis cosas. Justo en el momento en que cierro la puerta de la sala, me tropiezo con Sonia, que continúa mi turno.

—¡Hola! —Saludo—. ¿Qué tal?

—Hola... Bueno, mejor que ayer.

Sonia lo ha dejado con su novio Alberto hace una semana. Llevaban tres años juntos, pero eso mismo les hizo cansarse el uno del otro. Llamé a Sonia esta semana y oírla llorar me ayudó a pensar en que yo nunca acabaré así por un chico.

Me despido de Sonia con un abrazo y le digo que sólo necesita tiempo. Continúo con mi camino y, antes de salir de la heladería, una voz seca me hace girar:

—Adiós.

Sam. 

Con un movimiento de cabeza, respondo a la despedida de Sam.

Llego al piso estrenado hace mes y medio. Miércoles no es la mejor compañera de piso del mundo, pero, por ahora, todo nos va bien.

Nada más entrar, tropiezo con una caja y me topo con los pies de Miércoles en el suelo. A esto me refiero...

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora