Capítulo veintitrés

241 21 14
                                    

Me doy cuenta de que ya hemos llegado a mi piso cuando Sam abre la puerta del copiloto del coche. Le doy las gracias en silencio al ver que me coge en brazos y sube todas las escaleras conmigo cogida. Me agarro a su cuello y siento el latido de su corazón, lento y sosegado. Al llegar, abro con la llave el apartamento a duras penas y entro.

—¿Estás bien? —Le escucho preguntar a mis espaldas.

—Sí, perfec...

No puedo terminar la frase porque me tambaleo. Sam, desde atrás, me agarra por la cintura. Cuando me reincorporo, pongo mis manos sobre las suyas y me apoyo en su cuerpo. No se separa. Las muevo y, poco a poco, las guío hacia mis pechos por debajo de la tela. El rizado no dice nada, pero me sonrojo al comprobar que su corazón late en mi espalda cada vez más rápido. Llego a mis pechos y noto cómo inspira profundamente.

—Sofía, no..., por favor.

Hace un amago de quitar sus manos, pero le freno. Mis pezones ya se han excitado con sólo su contacto.

—¿Por qué? —Susurro.

—Estás borracha y...

Aprieto sus manos más fuertemente contra mí y él las separa con rapidez. Frunzo el ceño y me giro. Sam no me mira a mí, sino al suelo. Me ha rechazado...

—Seguro que ni te ha excitado.

Sus ojos verdosos se abren de par en par y dice:

—Claro que se me ha puesto dura, joder. —Cogiéndome por sorpresa, lleva mi mano a su pene y sí, lo noto. Bastante. Me la quita y añade—: No quiero que estés borracha conmigo, porque si no, no recordarás nada mañana.

Creo que ya me he sonrojado, pero pienso seguir insistiendo y el primer paso va a ser provocarlo.

—Al menos ayúdame a quitarme la ropa... —Bostezo y me siento en el sofá pareciendo indiferente.

Miro al rizado, que me observa de pie en la entrada. Seguramente está pensando qué hacer. Sopesa durante unos segundos más, pero yo no aparto mis ojos de los suyos. Finalmente, suspira y se acerca a mí.

Se arrodilla por tercera vez esta noche y me quita los tacones. No puedo reprimir un gemido de gusto. Sam me masajea las plantas y me recuesto disfrutando de los movimientos de sus manos.

—¿Te gusta?

—Mmm...

Escucho su risilla. Se levanta y me quita la coleta evitando hacerme daño. Yo no hago otra cosa que mirarle. Está concentrado en el coletero y, segundos después, mi pelo cae en forma de cascada dorada por mis hombros. Sam también acaricia mi cuero cabelludo y los ojos se me cierran irremediablemente.

Minutos más tarde, me da la mano para que me levante y me quite los pantalones cortos. Por suerte, llevo puesto un tanga negro sencillo —de los mejores de mi colección—. Me mira esperando a que diga algo, pero no lo hago y procede a bajarme la prenda hasta abajo y cuando sube se queda parado mirándome y tragando saliva. Viendo que no hace nada y animada por el alcohol, digo:

—¿Esto no lo masajeas? —Llevo sus manos a mi culo.

—Sofi, yo...

Enarco una ceja. Sé que quiere, pero aún no entiendo qué narices le frena.

—Solo es masajear.

Me acerco a él y acaricio su pelo rizado con mis ojos puestos en los suyos. Se relame los labios y toca mi culo. Sonrío sintiéndome ganadora. Cuando pasa un tiempo, sus manos suben a los hilos de mi camiseta y los desata. Mi mirada no es fija y observa todos los detalles de su cara, como su barba incipiente de un día o dos, o sus rizos al borde de rozar sus cejas oscuras. Apunto estoy de decirle lo guapo que es.

—No puedo, Sofía... —murmura Sam cortando mi rollo de observación. Quita las manos de mi top y se separa de mí.

—Pero ¿qué pasa?

—No me quiero aprovechar de ti, joder. 

—Y no lo haces. Yo quiero esto. 

Mi frase parece haber hecho mella en él, porque se pasa las manos por los rizos en un gesto de clara frustración. Aún no está convencido.

—Mañana no te vas a acordar de una mierda. Lo sabes, ¿no?

—Bueno, ahora solo quiero que lo recuerdes tú.

Me mira de arriba abajo —con el top medio suelto y en tanga—, respira hondamente y se acerca inseguro hacia mí. No entiendo por qué se pone así, si trata a Miércoles como un juguete sexual. Como veo que aún no estamos lo suficientemente cerca, termino yo el recorrido. Me pongo de puntillas, rodeo su cuello con mis manos y le beso. 

Ay, sus labios.

A pesar de que me esperaba lo contrario, no me rechaza y me conduce hacia el sofá. Me tumbo y él se coloca sobre mí, aunque apoya sus codos a los laterales de mi cuerpo para no dejar caer su peso encima mía. Me quito el top como puedo y lo tiro a alguna parte del piso; ya mañana miraré dónde. El alcohol ha hecho que pierda la vergüenza de tal manera que no me siento intimidada cuando Sam mira mis pechos.

 Comienza a tocar uno de ellos pasando el pulgar sobre mi pezón, mientras su boca se encarga del otro. Asombrada por lo que hace, me dejo hacer encantada. Segundos después, Sam abre mis piernas con sus rodillas y apoya su sexo contra el mío. Jadeo ante esa sensación y él aprovecha para realizar movimientos de cadera que me dejan loca. 

—Dios... —Suelto disfrutando del placer que me proporciona. 

Lo que siento no es normal... Mi corazón está desatado y la temperatura de mi cuerpo ha subido tan rápido que temo acabar con fiebre. Puf... La tela de sus vaqueros y mis bragas son lo único que nos separa. Su bulto se agranda cada vez más, al igual que mi excitación. 

Sam deja uno de mis pechos y baja la mano a mi centro de placer, metiéndola por dentro de mis bragas. Cuando introduce dos de sus dedos, gimo. El ojiverde se acerca a mi boca plantando besos de mi cuello a mis comisuras y después la saquea, tragándose cada uno de mis gemidos. Mueve sus dedos más rápido, descolocándome por completo y haciendo que tenga mi segundo orgasmo con él. Bueno, en realidad el segundo de mi existencia. 

—Sam... —susurro una vez estoy más relajada y con los ojos aún cerrados. 

El rizado me besa la frente sudada y me coloca bien las bragas. Se levanta y yo me quedo tumbada en el sillón mirándole. 

—Necesito desabrocharme el puto pantalón. —Cuando lo hace respira profundamente intentando controlarse—. No sé cómo cojones voy a bajarme esto. —Señala su paquete y me río.

—Creo que yo puedo ayudarte con eso...

Sam me mira directamente. La idea le tienta, porque se muerde el labio inferior. Sin embargo, dice:

—No. Me tomaré una ducha fría. 

—Pero...

—He dicho que no.

Boquiabierta, observo cómo se aleja del salón para ir hacia el baño. Cierra la puerta y frunzo el ceño. Seguro que sigue pensando que se va a aprovechar de mí. Menudo idiota. Hago el mismo recorrido que él y abro para escuchar el sonido de la ducha. Las cortinas me muestran su figura de manera muy irregular. La corro un poco y veo su espalda musculada mojada y brillante por el agua. Qué tentador. Pero me abstengo y digo:

—Que sepas que no te has aprovechado de mí, pero eres un imbécil de todas formas. 

No espero a que diga nada y voy hacia mi habitación. Así, con solo el tanga, me recuesto en la cama y me tapo con las sábanas. Cierro los ojos e intento dormir. Dejo de escuchar el agua caer y espero atenta a ver qué hará, a pesar de que mis ganas de quedarme dormida sean tremendas. 

Pasan los minutos y no se oye ni un alma en el piso. Cuando creo que ya se ha largado sin siquiera decirme adiós, unos pasos en el pasillo se acercan hacia mi cuarto. Cuando una mano se apoya en mi espalda, decido hacer que duermo. Sam se aproxima a mí y deposita un beso en mi mejilla para después decir:

—Buenas noches, Sofi.

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora