Capítulo veintidós

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Desde la última vez que vino Sam al apartamento han pasado cuatro días. Hoy es viernes y estoy preparada para salir de fiesta dentro de seis horas. Mentalmente, claro. Aún no me he ni duchado.

Cuando le he contado a Miércoles que iba de juerga, me puso cara de por-favor-déjame-ir. Aunque me diera pena, le dije que esta noche era para mis amigas universitarias y yo. No rechistó, pero insistió en que ella sería quien me preparara; no me negué, pues es una experta en ese tema.

El resto de días antes de este los pasé la mitad con Víctor —se paseaba por el piso y vimos pelis en mi habitación, nada nuevo— y el resto dentro de mi morada descansando. Mi máximo recorrido fue bajar las escaleras para ir al minimarket. 

—Sofía, necesito tu opinión sobre algo.

«Ay, Dios. Algo significa malo

—Claro.

Ambas nos sentamos en el sofá de dos plazas de nuestro salón. Me pongo en posición de indio y espero a que hable. 

—Sam y yo no hemos hablado desde el fin de semana pasado. No es que estemos enfadados, pero no sé qué pasa. Lo normal es que me hubiera llamado para que fuera a su casa o algo...

Mi cuerpo se pone en tensión y mi mente grita: «¡Alerta, alerta!». Sin embargo, no sé por qué me pongo así; eso no significa que sea por mí... Trago saliva y digo:

—No te preocupes, a lo mejor es que ha estado ocupado. ¿No has probado a llamarle tú?

Entonces, la cara de mi amiga se ilumina y me deja plantada en el sofá. Un minuto después la escucho reír y hablar por teléfono con quien me imagino... La sangre de todo mi cuerpo se calienta. Es ahí cuando decido que es el mejor momento para ducharme con agua fría. Muy fría. 



—¡Estate quieta!

Refunfuño y cierro los ojos, dejando que Miércoles me ponga un poco de sombra en el ojo. Me he vestido con su ropa: un top grisáceo de tirantes que muestra prácticamente toda mi espalda, a excepción de las tiras que se cruzan por medio de ella para no enseñar mis pechos, unos tacones de unos quince centímetros negros; y unos pantalones de cintura alta del mismo color del calzado (lo único que es mío; mi culo nunca cabría en nada de Miércoles). Sí, la verdad es que voy muy sexy...

Me pongo en pie una vez termina la morena de maquillarme y me siento demasiado alta con estos tacones (más bien plataformas).

—Mírate —dice Miércoles llena de orgullo. 

Hago lo que me pide y me miro en el espejo. Dios mío. No sé qué narices ha hecho, pero he quedado como una modelo de Victoria's Secret. Vale, tal vez exagero, pero yo me siento como tal. 

—¡Gracias! —La abrazo.

—Lo único que he hecho ha sido resaltar tus puntos fuertes —añade una vez nos separamos. 

Hablamos durante unos minutos, mientras espero a que mis amigas vengan. Miércoles me dice que al final ella también saldrá de fiesta con unas amigas que conoció en uno de los tantos spa a los que va. Cuando estoy por preguntarle más sobre ellas, suena el claxón de un coche. ¡Mis amigas!

Me despido de Miércoles y, antes de cerrar la puerta, digo:

—¡Si quieres puedes coger algo de mi ropa! 

Bajo las escaleras intentando no partirme la crisma con los taconazos que llevo. Abro la puerta del portal y me encuentro a esas locas bailando dentro del coche de Vanesa. Es la única de nosotras que tiene y siempre que puede nos saca de apuros. 

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora