Capítulo ocho

247 15 14
                                    

Ahora sólo me apetece entrar en el baño para encerrarme, por lo que ni me fijo en la habitación y aún menos en dónde he dejado tirada la maleta. Entro a una puerta y la cierro de un portazo, sin importarme que ésta sea de cristal y pueda haberse roto.

El baño es grande. Grandísimo. Tiene una enorme bañera blanca con un grifo dorado y una ducha al lado con pinta de ser muy moderna. Sin embargo, lo que llama mi atención es el color melocotón de las paredes, donde a la mitad de éstas hay unas baldosas blancas con preciosos grabados en cada una.

Me miro en el espejo y me fijo en lo grande que es, además del lavamanos, también con el grifo dorado y reluciente. La imagen que se refleja me sorprende: una chica castaña respira agitadamente de la rabia, tanto que podría pasar fácilmente un casting para una buena peli de miedo.

Suena la puerta.

—Sofi, abre, soy Sam.

—No me apetece hablar contigo.

Sin volver a tocar, abre la puerta del baño y entra. Ruedo los ojos. Nos miramos. De la nada, comienzo a llorar. Me salen unos lagrimones que incluso les pesa a mis mejillas. Aguanto las ganas de sollozar, porque entonces ya sería vergonzoso que Sam me viera peor. Sin embargo, noto la confusión en su rostro: no sabe qué hacer.

—Vete, por favor —consigo decir, a pesar de que la voz parece rota.

—No me pienso ir.

Suspiro e intento no contraer la cara para llorar más fuerte, porque no me apetece ser motivo de gracia de Sam (si ya no lo soy). No obstante, comienzo a fruncir el ceño y decido sentarme en la tapa del váter. Él no dice nada y se sienta en el borde de la bañera, de manera que nuestras rodillas se rozan la una con la otra. Ése roce me produce tranquilidad.

—Ya sé que me odias y odias aún más compartir habitación conmigo —comienza a decir—, pero no creo que esa sea la única razón por la que lloras. ¿Qué pasa?

¿Cómo lo hace? ¿Me lee la mente o algo parecido? Aun así, no sé si contarle la verdad o simplemente no decirle nada.

—Si te lo digo, te reirías de mí durante el resto de mi existencia, Sam.

—Prometo no reírme.

Hace una X con su dedo índice en el lado izquierdo de su pecho. Eso me recuerda a la vez que yo hice lo mismo, prometiéndole no decir que tiene pesadillas. Le miro durante mucho rato y, aunque mi mirada es seguramente la de un fantasma, él no dice nada; al contrario, me mira con una diminuta pero bonita sonrisa.

—Bien —respiro—, de acuerdo —respiro—. Víctor y yo nunca hemos... eso, ya sabes.

—¿Follado? —Asiento y él añade—: ¿En serio? —Vuelvo a asentir. Sam silba vacilante.

—Este fin de semana iba a ser nuestra primera vez, pero va a ser que no...

—No creas que es tan importante. Al menos con Miércoles no lo fue. Aunque folla de puta madre.

Esa frase y la forma en que la dice, me hacen reír y digo:

—¡Sam! ¡No me interesa saber eso! Y, aun así...

—Aun así, ¿qué? —Cuestiona inquisitivo.

—Yo... —carraspeo—. Yo nunca he...

Los ojos de Sam se abren como órbitas y sus labios se entreabren para ahogar un suspiro. Se pone en pie y camina de un lado para otro nervioso. Sin embargo, yo no entiendo su nerviosismo que a nada viene a cuento. No es para tanto, ¿no? ¿O sí?

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora