Capítulo cinco

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Hoy son los exámenes finales. No he salido del piso en dos días y no he hecho otra cosa que estudiar; Miércoles, incluso, ha tenido que traerme la comida a la habitación.

Los nervios golpean mi estómago y se reúnen en mi garganta. Miro a Víctor, que está sentado a mi derecha en los asientos que hay frente a la puerta de la clase en que me examino. Él está libre de tensiones o de madrugones para estudiar. Cree que con la música es suficiente y, aunque yo no esté de acuerdo, respeto sus decisiones.

Vuelvo la vista hacia delante, donde la puerta de madera falsa aún no se ha abierto. El primer examen es de dos horas. No sé si será suficiente tiempo o necesitaré más. Tampoco quiero pensar en ello.

Sam corre a toda velocidad por el pasillo con varias libretas que sostiene en el costado. Sus rizos alborotados parecen muelles en movimiento. Sonrío. Cuando cruza la esquina, veo al profesor Fernández venir hacia mi dirección y abrir la puerta del aula.

—Buena suerte, preciosa. —Víctor besa mis labios.

Me levanto y entro a la clase. Muchísimas sillas se extienden frente a mí e intento imaginar que no tengo examen y sólo voy a hacer un resumen de toda la historia francesa.


Me duele la mano izquierda y las venas sobresalen de ella más de lo normal. Salgo sonriente del aula: el examen me ha salido genial. Sin embargo, aún me quedan dos asignaturas más. Me acerco a Víctor y él me regala una sonrisa mientras me da los apuntes. Me acompaña a la siguiente clase y así paso la mañana. Los nervios tensan mi cuerpo por completo y muerdo mi labio inferior deseando que los otros exámenes me salgan igual de bien que el primero.

Cuando termino mi último examen, salgo de la clase dando saltitos. Este verano promete ser genial. Además, Víctor y yo tenemos planeado un fin de semana romántico esta semana. Queremos estrenarnos... Bueno, en realidad yo. Busco a Víctor con la mirada y lo encuentro hablando animadamente con Miércoles, que parece que va para enseñar cacho. Ruedo los ojos y me acerco.

—¡Hola, chicos! —Saludo.

Nada más verme, me abasallan a preguntas. Algunas las respondo y otras no, porque no recuerdo cuáles eran. Me dicen que Sam aún no ha salido del examen, pero que le queda poco. Quince minutos después, la mata de pelo rizada aparece en el pasillo. Saluda a Miércoles con un beso casto, a Víctor con unos golpecitos en la espalda y a mí de ninguna manera, porque ignora mi presencia; tal vez adrede (bueno, lo más seguro). Resoplo y los adelanto por los pasillos de la universidad. No me apetece ni mirar sus ojos verdosos.

—¿Adónde vas con tanta prisa, Sofía?

Víctor rodea mi hombro e intenta ir a mi ritmo. Lo miro y me freno. Frunzo el ceño esperando que se dé cuenta del capullo integral que tiene como amigo, pero parece que suenan grillos ante su silencio.

—Quiero irme para no ver a Sam en un tiempo.

—Pero Miércoles y yo tenemos algo preparado para vosotros... Es un regalo por haber estudiado tanto durante todo el curso.

Una parte de mí quería quedarse en casa para ver los canales de televisión que yo quisiera, pero la otra me pedía a gritos que hiciera algo distinto. Además, Víctor se había molestado en sorprenderme.

—De acuerdo... —Digo finalmente, alargando la última vocal.

El rubio se acerca a mí y me planta un beso. Sus labios se mueven sobre los míos con rudeza, y yo trato de seguir su ritmo. Rodeo su cuello con mis manos y lo presiono más contra mí, mientras él aprieta sus caderas contra las mías. Necesito ese fin de semana ya.

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora