Capítulo veintiuno

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Hoy es el día en que nos dan las notas. Bueno, en realidad vas a la universidad y buscas tu nombre entre millones para ver si has aprobado todo o no. Las notas de este curso determinarán si me podré ir a Francia el próximo año... ¡Estoy histérica! Quiero saber cuáles son mis notas, pero en este momento el autobús me está desesperando: ¡lleva diez minutos de retraso!

Doy pequeñas pisadas en el suelo para acallar, al menos un poco, mi nerviosismo. Aunque no puedo. Pruebo a morderme las uñas, pero sólo tengo diez dedos. Quedaría muy raro si me quito las playeras para empezar con las de los pies, ¿verdad?

«Definitivamente, sí.»

Cuando veo de lejos el autobús, casi lloro de la alegría. De verdad que estoy muy nerviosa. Me hace tanta ilusión viajar a Francia... Desde pequeña. Y más aún al estudiar una carrera sobre la lengua francesa. ¡No me faltan motivos! 

Durante el trayecto, intento mentalizarme de la posibilidad de que no pueda ir. Ojalá que no sea así, porque me destrozaría el corazón. Más que cualquier cosa. Para despejarme, miro a la gente que está a mi alrededor. No hay casi nadie, aunque sí diviso a otra estudiante. Tiene un tic nervioso en la pierna, porque no para de moverla como si tuviera vida propia. Ambas estamos en las mismas. Me llega un mensaje de Víctor:

"Suerte, guapa. Seguro que apruebas ;)."

Media hora después, llego a la universidad. Está a rebosar de estudiantes en la entrada. Miro al cielo y veo algunas nubes. Parece que el tiempo sabe que hoy es un día trágico para muchos alumnos... Espero que no sea mi caso y que no llueva para cuando salga de aquí.

Me adentro en las puertas de la universidad con los nervios a flor de piel y a punto de sufrir un ataque de ansiedad. Camino por los pasillos y llego a la puerta del Departamento de Filologías y Lenguas Modernas, en el que hay varios listados larguísimos al lado. Mi nombre está entre uno de esos. Busco por nombre y apellidos. De la primera vez no me encuentro, pero a la segunda me veo. Sigo una línea horizontal con el dedo y leo "Media: 8,75. Aprobada". Aprobada. ¡Estoy aprobada! Doy saltos de alegría llegando a parecer una loca. Pero me da exactamente igual: me podré ir a Francia. 

Con manos temblorosas llamo a mi madre sin importarme lo que va a crecer mi factura de móvil al estar ella en Tailandia. Me felicita y hablamos escasos minutos (una cosa es que suba unos eurillos y otra que me deje sin dinero). Justo al colgar me encuentro con unas amigas que coinciden en varias clases conmigo y hablamos. A una de ellas le han quedado dos asignaturas, pero la animamos y decidimos ir a tomar algo a la cafetería de la facultad. Antes, llamo a Víctor para decírselo y me da la enhorabuena; aunque seguramente no es nada, le noté un poco nervioso mientras hablábamos. 

Son las doce y media y nos vamos cada una a sus respectivas casas. Quedamos en que el sábado saldríamos de fiesta; no soy una chica de fiestas, pero me dijeron que habían abierto un sitio nuevo de copas y... ¡la ocasión es la ocasión! 

Nada más salir de la cafetería, una enorme nube oscura se cierne sobre la facultad haciendo que llueva a cántaros. Genial. Sí, fantástico; sobre todo por el hecho de que tengo que coger el autobús. ¡No me podía durar tanto la suerte, ¿no?! Cuando llego a la parada, ya tengo el pelo mojado. Si el verano va a ser así, pues vamos bonitos. Lo más gracioso es que la maldita parada solo se sabe que lo es por una señal, no hay techo que te cubra. Miro el horario y veo que le falta... ¡media hora! No puede ser... Cogeré una pulmonía o algo parecido. Gruño y grito. Vuelvo a gritar. 

—Te veo en apuros... ¿Te llevo?

Giro hacia esa voz gloriosa para mis oídos y veo a Sam en su coche negro. Sam. Asiento temblando y me acerco a la puerta del coche para abrir, pero su voz me frena:

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora