Capítulo dos

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Me levanto temprano por la mañana por el ruido de mi móvil vibrando en el escritorio. Víctor. Lo cojo y hablo con él durante un rato de cosas irrelevantes hasta que el nombre de Sam sale en la conversación.

—Sofía, no te pongas así. Siempre ha sido de esa manera, y tiene sus motivos.

—Me da igual. Eso no justifica que pueda comportarse de esa manera conmigo.

—Lo sé...

Hay unos segundos de silencio hasta que Víctor vuelve a hablar:

—Tengo una idea.

No me gustan sus ideas y aún menos cuando en esa idea estamos Sam y yo de por medio. Ya tengo suficiente con saber que Sam también tendrá turno a la misma hora que yo como para que...

—Sam te llevará en su coche hasta el bar.

—¿Qué?

—Pudimos retrasar la hora para que él fuera, así que tú también puedes venir.

Tardo unos segundos en darle una respuesta, porque intento controlar mi respiración y no gritarle por el grave error que ha cometido al juntarnos a nosotros dos.

—Vale —respondo resignada.


Recojo mi cabello en una coleta y camino hasta llegar a la heladería. Llego dos minutos tarde, pero el hijo del jefazo aún no ha llegado.

—Recordad —nos señala Juan, el jefe— que tenéis que sonreír continuamente y hacer un servicio muchísimo mejor que el del resto de días.

Asentimos y nos miramos, aunque yo rompo el contacto visual al poner los ojos en blanco. Sam gruñe y se coloca tras el mostrador. Yo tengo que atender en las mesas y llevar los pedidos a los clientes mientras Sam prepara velozmente los helados y los batidos.

—Bienvenido a Fresh & Tasty, ¿qué desea?

El hombre rubio recorre mi cuerpo lascivamente y tiemblo. Sonríe y con voz suave dice:

—¿Qué me recomienda?

Arquea su espalda y apoya los codos en la mesa sin despegar sus ojos azules como el cielo de mí.

—Los batidos de frutas son los que más éxito suelen tener. Sobre todo el de mango.

—Póngame un batido de mango, pues.

—Enseguida.

Camino con paso acelerado hacia el mostrador. Le digo el pedido a Sam y él, agarrando mi codo, pregunta:

—¿Estás bien? —Su voz suena más dulce de lo normal en él. Asiento y añade—: Si quieres, yo puedo llevarle el batido.

—No, da igual. —Frunce el ceño, pero lo ignoro.

Atiendo a dos mesas más hasta que Sam me da el batido de mango. Voy hacia el hombre y le entrego el vaso de cristal.

—Muchas gracias. ¿Le importaría sentarse conmigo?

—Estoy trabajando, lo siento.

—Lo sé, pero quiero que se siente —su tono se vuelve áspero.

—Me temo que no. Que disfrute de su batido.

Giro mi cuerpo con los talones, pero su voz me hace parar en seco.

—Me alegra saber que mis empleados no quieren perder el tiempo durante su jornada laboral, pero le pido que se siente.

¿Es el hijo del jefazo? Me había fijado en su traje, pero nunca hubiera pensado que se trata de la persona que comprobaría el mantenimiento de la heladería. Es muy joven. Me siento precavidamente y espero a que diga algo, aunque sólo me mira.

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora