Capítulo nueve

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Cuando uno de esos hombres, tres veces más grandes que yo, me agarra del brazo y me levanta de la silla, no soy dueña de mi cuerpo. El gigantón me maneja a su antojo y me arrastra por todo el comedor ante la atenta mirada de los comensales.

—¡Suéltala!

Sam viene corriendo hacia mí. Parece una bala de lo rápido que va. Sin embargo, sólo ruego a todo lo que exista en este universo que no le pegue a nadie. Por favor, por favor, por favor.

—Le prometo que la calmaré.

No sé por qué, el hombre confía en la mirada de Sam y me suelta —más bien empuja—. Sam me coge la mano y me guía hasta la piscina, donde aún hay varios bañistas. Me zafo de su agarre. Todos me tratan como si estuviera loca, pero lo cierto es que la situación resulta difícil de ingerir. Estoy segura de que la mayoría hubiera hecho lo mismo que yo.

—¿Se puede saber qué haces, Sofía?

—¿Acaso soy la única que lo ve? Tu novia no acepta cómo eres y mi novio es un imbécil sin criterio propio.

Sus ojos se abren tanto que se parecen a los platos del comedor del hotel. Mi sinceridad le ha abrumado. Pero es la verdad. Aunque no me pienso quedar ahí para ver cómo más va a reaccionar o si siquiera lo hará. Antes de irme, le miro de arriba abajo y desaparezco.


Una vez estoy en la habitación, trato de retomar mi respiración. No obstante, cuando lo consigo, mi estómago ruge como un león hambriento. Miro a mi alrededor y veo el teléfono que está sobre la mesita de noche junto a la cama. Me acerco y pido lo que me da la gana. 

Mientras espero el pedido, recapacito sobre lo ocurrido. Por mucho que intente sentirme culpable por la escena que he causado, no lo consigo: sigo pensando que tengo la razón.

Tocan la puerta y me acerco preparando una sonrisa al chico que me va a traer la comida. Al ver todos esos manjares, se me derrite la boca y me los como con gusto en el balcón de la habitación. Todo está buenísimo y sabe aún mejor cuando estoy sola y no mal acompañada. ¿Qué estarán haciendo esos? Ni lo sé, ni me importa.

Vuelven a llamar a la puerta e imagino que es el servicio de habitaciones, que viene a recoger los platos. Me acerco y abro. Mi sonrisa se desdibuja de mi cara al ver que es Sam. Voy a cerrar, pero el rizado anticipa mis movimientos y pone un pie en la puerta. Entra y me empuja consigo.

—¿Qué haces?

—Entrar a mi habitación.

Sigue recto sin molestarse en mirarme. Se quita la camiseta gris que lleva puesta y un escalofrío recorre mi cuerpo. Tener una imagen así de él es mejor de lo que puedo esperar. Sus vaqueros negros le caen en la cintura perfectamente y su culo... Bueno, tiene un buen culo.

—Deja de mirarme —dice yendo hacia el balcón.

¿Cómo sabe lo que hago?

—No te estoy mirando.

Será creído. Dejo de mirarle y hago que estoy ocupada en otra cosa lo más rápido que soy capaz para que no se dé cuenta de nada. Menudo capullo. Siempre igual...

—Sí lo hacías.

—Que no —musito mientras revuelvo la ropa de mi maleta.

—Y ¿por qué estás tan nerviosa?

Me sujeta las caderas por ambos lados y me pongo recta, aunque no intento deshacerme de su agarre. Me quedo quieta, mientras Sam acerca su cuerpo al mío y es como si se acercara una estufa en vez de él.

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora