Capítulo quince

273 18 7
                                    

Atravieso el salón haciendo resonar fuertemente mis tacones. Con mi ceño fruncido, la gente parece darse cuenta de que estoy enfadada y se apartan de mi camino.

¿Cómo ha podido decirme eso? No me esperaba un giro tan drástico de los acontecimientos, y mucho menos que Sam me tratase así. Decepcionada, entro en el ascensor con los brazos cruzados. Un hombre me mira de arriba abajo lascivamente.

—¿A qué planta vas, preciosa? Si quieres te acompaño...

Me dispongo a hablar, pero una voz detrás de mí se adelanta:

—Lárgate de aquí antes de que te parta la cara, gilipollas.

Me giro y la figura de Sam aguantando la puerta del ascensor para que ésta no se cierre hace que mis nervios se descontrolen. El hombre, un cuarentañero, claramente asustado por las palabras del rizado, desaparece del habitáculo. Sam da dos pasos y ahora solo estamos nosotros. Presiono el botón de la planta en que está nuestra habitación y, con desdén, digo:

—No necesitaba tu protección.

—Lo sé.

Dejo de mirar sus intensos ojos verdes y me dedico a observar la puerta de aluminio del ascensor. Intento respirar sin que se note que mi corazón parece querer salir de mi garganta. Sé que Sam me está mirando, pero me niego a enfrentarme a esa mirada. Las puertas del ascensor se abren y casi doy gracias en voz alta.

—No me sigas.

—No lo hago. Solo voy a mi habitación.

Resoplo enfadada y algunos de mis pelos se mueven del aire. Me giro y voy a abrir la puerta de la habitación. Sin embargo, no parece detectar la tarjeta y la acabo tirando al suelo cada vez más mosqueada.

—La estabas pasando al revés —dice Sam cogiendo la tarjeta y pasándola por la ranura.

Le miro como si quisiera clavarle miles de cuchillos. Paso y lo primero que hago es quitarme los tacones. Este silencio me está matando y no puedo resistir la tentación de hablar para decir lo que pienso.

—Aún no me puedo creer que acabaras de decir eso... Bueno, en parte sí —le miro fijamente—. Olvidaba que tu segundo nombre era Gilipollas. —Cojo los tacones y los tiro a no sé dónde para volver a fijar mis ojos en los suyos—. Se ve que yo soy para ti una cualquiera, una idiota más a la que vacilar.

—Eso no es cierto. —Susurra.

—Pues creo que no me has demostrado lo contrario.

Me mira unos segundos para después pasarse las manos por los rizos y tirarse de ellos. Inspira hondamente y vuelve a mirarme.

—Te estoy diciendo la puta verdad, joder.

—Entonces, ¿a qué ha venido esa frase? ¿No te podrías haber callado simplemente?

Pongo los brazos en jarras, mientras él da la sensación de que razona la manera de decir lo que narices quiera decir. Da unos pasos hacia delante; los mismos que yo doy hacia atrás.

—Lo dije porque creo que... —suspira— creo que me molestaba que pasaras el día entero con Víctor. —Me mira—. Te imaginé a ti con Víctor y me cabreé. Siempre que aprecio algo, esa cosa suele ser la que peor trato.

Me quedo mirándole fijamente, sin saber qué hacer. Sam está... ¿celoso? ¿Él? Estoy muy sorprendida. Esto sí que no me lo esperaba. Sin embargo, es un sentimiento reconfortante. Sam siente cosas —por decírlo de alguna manera— por mí. A pesar de que eso debería de ser malo, no lo siento así. Por una parte, me hace sentir culpable; por otra, corresponder esas cosas de las que acabo de hablar.

Me observa. Le observo. Nos observamos. Sam se acerca a mí lentamente. Tan lento que desespera. Pero no me muevo ni un milímetro. Estamos en la penumbra total, aunque, según se aproxima, comienzo a distinguir más detalles gracias a la luz de la luna desde el balcón. Su cuerpo está tan cerca que empiezo a sentir su respiración. Mi cuerpo parece responder a su cercanía, porque un cosquilleo recorre mi estómago y necesito abrir la boca para coger más aire.

Una vez se encuentra a dos centrímetros de mis labios, cierra los ojos y susurra:

—Lo siento.

Si hubiera estado un centímetro más alejado de mí, probablemente no lo habría escuchado. Esas dos palabras, viniendo de él, son un gran avance y me hacen sonreír. No obstante, Sam sigue teniendo los párpados cerrados y la boca entreabierta. Acorta la distancia y nuestros labios se rozan. Tarda unos segundos en mover los suyos con seguridad, como si esperara mi permiso, así que me adelanto a sus movimientos y le beso. Abro la boca para que su lengua y la mía se enreden en un baile lento.

No sé durante cuánto tiempo nuestras bocas están juntas, pero, cuando nos separamos para recuperar el aliento, sé que Sam me ha pedido disculpas con sus labios.

Sam me mira mordiéndose el labio inferior. La luz de la luna hace que sus ojos brillen más de lo que la excitación le provoca. Tomo aire y vuelvo a atacar su boca. Paso una mano por su nuca y tiro de sus rizos, a lo que él responde con un gemido. Sam pasa las manos por mi espalda y, poco a poco, las baja hasta mi trasero. Lo toca y me gusta lo que hace.

Se separa de mí y pone los dedos en el borde superior de la falda para bajármela. No obstante, antes de hacerlo me mira. Asiento y se dispone a quitármela. Como es pegada, acabo ayudándole. Antes de volver a besarme, se dedica a mirarme durante unos segundos. Sonrojada como nunca, pregunto:

—¿Qué pasa?

—Me encantan tus curvas, Sofía —dice como si fuera obvio, lo que hace que mi rubor aumente.

Acorta la distancia y sus labios se acercan a los míos. Segundos después, como si ya no tuviera el control sobre nada, empujo a Sam hacia la cama. Él se deja caer y me mira. Me coloco a horcajadas sobre él y vuelvo a besarle. Cuando apoyo mi cuerpo sobre el suyo, ambos jadeamos. Comienzo a sentir algo a la altura de mi estómago que me confirma que Sam está disfrutando de esto tanto como yo. Esta clase de sentimientos ni siquiera los había sentido con Víctor.

Víctor.

Me separo en seguida del rizado, cogiéndolo por sorpresa. Le miro y, viéndole así —la respiración agitada, el pelo alborotado—, me tienta la idea de volver a la posición anterior. Sin embargo, digo pasándome las manos por la cabeza:

—No podemos hacer esto.

Se reincorpora conmigo aún sobre él y apoya las manos en la cama.

—Hace menos de cinco segundos lo estábamos haciendo.

Me quito de encima de él y le miro. Su perfil es oscuro; la luz de la luna hace contraste con él.

—Eso no significa que esté bien...

Suspira exasperado. Apoya las manos sobre las rodillas y se levanta. Intento no mirar hacia abajo para ver el bulto que hay tras sus pantalones.

—De acuerdo —asiente más para sí mismo—. Esta va a ser la última vez que ocurra, pero no quiero que me hables ni me mires. ¿Queda claro?

Su tono tajante me deja impresionada, aunque no digo nada y asiento mirando al suelo. Entiendo que me diga eso, pero sé que será lo mejor para los dos. O al menos eso espero. Cuando le veo irse al baño me siento mal. Y, al oír el sonido de la ducha, peor. Las lágrimas afloran por salir y no comprendo por qué tengo esta sensación tan... profunda.

Me pongo el pijama y me acuesto en la cama sin importarme no haberme quitado el maquillaje de encima. Me tapo y espero a que Sam venga. Escuho que la puerta del baño se abre y cómo, un minuto después, se acerca. Me hago hacia un lado para que se coloque junto a mí, pero me da una punzada en el corazón al ver que se limita a coger la almohada para dormir en el suelo.

—Buenas noches —murmuro.

No oigo respuesta y entonces sí que no me esfuerzo en reprimir las lágrimas. Siento que he perdido algo imprescindible.



Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora