Capítulo dieciocho

246 18 19
                                    

Mierda, mierda, mierda... ¡Mierda!

Sam intenta abrir la puerta, aunque sabe perfectamente que es imposible porque solo se puede desde fuera. Estoy temblando y maldiciendo que nuestro uniforme tenga que ser una camiseta de manga corta. Doy un saltito cuando Sam le da un estruendoso golpe a la puerta.

—Esto es por tu culpa —se gira señalándome con el dedo índice.

—¿Qué?

—Si no me hubieras llamado, ahora no estaríamos aquí.

Él también está temblando, pero parece que su cuerpo resiste el frío mejor que el mío.

—Y si hubieras ido directamente tú, en vez de mandarme a mí, tampoco estaríamos aquí.

Se hace el silencio, pero nuestras miradas lo dicen todo: hemos vuelto a odiarnos. Sam es un capullo, eso está más que claro, pero ahora me lo demuestra con creces. Sólo se escucha el sonido del refrigerador.


Pasan cinco minutos y ya me duele la piel, como si me quemara. No dejo de darme calor en los brazos, pero no sirve de nada porque mis manos también están heladas. Miro a Sam, que no aparta sus ojos de mí. Se abraza a sí mismo y tirita un poco.

—¿Qué tal en la universidad?

¿Cómo sabe él eso? Ah, bueno, puede que haya visto el grupo de los del trabajo. Cuando creo que la voz no me temblará, digo:

—Bien. Tenía que ir a entregar algo y la fecha acababa hoy.

—De nada. —Frunzo el ceño y él rueda los ojos—. Yo fui quien te cubrió el turno.

Mi corazón late un poco más deprisa y siento una diminuta oleada de calor, que desaparece en seguida por el frío del congelador. No me esperaba eso por su parte. Nunca habría pensado que fuera él...

—G-gracias.

Despega sus verdes ojos del suelo y me mira de nuevo. Creo ver el atisbo de una pequeña sonrisa, pero tengo tanto frío que no me fijo del todo. Se acerca a mí y, temblando, dice:

—Abrázame. Así podemos transmitirnos calor.

Hago lo que me dice y rodeo su cintura con mis brazos, mientras él acaricia mi espalda. Sigo temblando, pero estar cerca de él me resulta bastante reconfortante... Decido hacer lo mismo que Sam y hago movimientos con mis manos para que tiemble menos.


Transcurren otros cinco minutos y mis piernas no pueden aguantar más de pie. El frío parece inutilizarlas. Me siento y Sam también lo hace, aunque, para mi sorpresa, me pide que me siente a horcajadas sobre él. Ahora estamos el uno frente al otro, mirándonos a los ojos como nunca antes. Tengo ganas de gritarle lo capullo que es, pero tantos escalofríos hacen que mi cuerpo no tenga fuerza para más.

—Lo s-siento —susurra.

—¿Por qué? —Pregunto en el mismo tono que él.

—Por haber dicho lo que te dije... T-tienes razón: estábamos haciéndolo m-mal.

Cada vez que respiramos parece que echamos humo, como si fumáramos. En estos momentos, aunque nunca haya probado un cigarro, preferiría que fuera eso en vez de que nos estemos congelando poco a poco.

—No sé qué c-cojones me pasa contigo —vuelve a hablar mirándome—. N-no me controlo...

—Cuando me d-dijiste todas esas cosas, no parecía l-lo mismo.

Mi boca tirita continuamente. Sam rodea mi cintura con sus brazos y me acerca más a él. Menuda situación. Si no tuviéramos tanto frío, ya estaríamos gritándonos mutuamente; ahora, sin embargo, hablamos en susurros y mucho es. Ojalá Melanie se dé cuenta de nuestra ausencia pronto, si no... no sé qué nos pasará.

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora