2. Colisión

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"Allá afuera, en algún lugar lejos, muy lejos... Hay un mundo en el que el color de piel no importa, y si no quieres tampoco importa de dónde vengas. Aunque no todo es perfecto ¿Sabes? Las personas siempre encontramos razones para pelear. Eso no acaba nunca"

—Lydia Ferreira



Cuando llegamos a la finca de los Slater, el Sol lo está acariciándolo todo con la punta de sus últimos rallos.

Me quedo un rato contemplando el paisaje antes de entrar.

Los árboles, las hojas, el pasto, los caminos... Incluso las personas se ven como si hubieran sido espolvoreados con polvos dorados de hadas... o eso quiero pensar.

Sin toda la tecnología, el tiempo tarda mucho más tiempo en pasar.

—"Da miedo ¿No?" —me pregunta Sabina, situándose a mi lado. A diferencia de Myriam, su cabello está lleno de caireles bien formados y listones, como el de una muñeca rococó.

Brinco sobre mis pies, porque no me había dado cuenta de que estaba ahí, hasta que habló.

—"¿Huh?" —me giro para verla.

—"Si no fuera por esos mugrosos indios... ¡Podríamos hacer muchas cosas! Cómo ir a nadar al lago, o tener un picnic con un elegante caballero... Ya sabes, lejos de los ojos de madre y de padre, ¡Pero por culpa de todo esto, ni siquiera he recibido mi primer beso!"

—"Bueno... No creo que a los Indios les moleste compartir sus lugares secretos para dar besos..."

Una carcajada aparatosa sacude los rosados hombros de Sabina.

"¡Ay, Sophie! ¡Ay, Sophie! ¡Me matas de risa!" —me observa de arriba a abajo con suficiencia, como llamándome estúpida solo con los ojos. Ese es uno de los dones de Sabina. Después se lame los labios y dice: —"¡Todo mundo sabe que los Indios no besan, solo fornican!" —suelta la palabra como si estuviera embadurnada de bilis, y se va.

Yo me abrazo a mi misma, porque prefiero concentrarme en el fresco en vez de pelear con ella.

Sí les siguiera el juego a Myriam y a Sabina cada vez que buscan pelea conmigo, muy seguramente ya estaría calva.

El señor Robinson se aclara la garganta desde el pórtico y me mira.

Lo miro de regreso y asiento.

Ya me acostumbre a que prefiere hacer roncar su garganta, para llamarme, en vez de decir mi nombre.

Me extiende la mano y yo se la tomo.

—"No deberías hacer esperar a quienes están impacientes por conocerte, Sophie" —masculla, mientras avanzamos.

—"Lo siento, padre"

—"Hazme sentir orgulloso" —parece petición, pero es el hombre de la casa y la cabeza de la familia Robinson. Así que se perfectamente que se trata de una orden.

—"Lo haré"

—"Bien"

El señor y la señora Slater están al centro del salón, cada uno con una copa con vino blanco espumoso.

Perfecta DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora