6. La ley del ojo por ojo

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"He visto tus lágrimas correr muchas veces. Las he visto hacer caminos mojados en tu piel blanca, pero ninguna de esas veces has llorado tú dolor. Y cuando sale la luna, gacela. Y el cielo negro me obliga a hacerme las preguntas que vienen a mí como una tormenta. La primera de todas siempre es: ¿Y si me hirieran en batalla, también llorarías por mí? Porque eso me gustaría..."

—Kai Índigo



ADVERTENCIA: Es un capítulo completamente nuevo. No intenten leerlo desde donde se quedaron porque nada es igual. Disfrútenlo desde cero.


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Sus palabras me llenan de rabia.

Camino hasta donde está, la agarró por el cabello, le arranco al niño, y la arrastró con fuerza hasta el corazón del campamento.

Las piedras y las ramas se encajan en su piel.

Cuando llego, la giro hacia mí y le grito sin soltarla:

—"¡Abre bien tus ojos y mira muy de cerca todo lo que hicieron los tuyos, maldita tosi-tivo!" —empujo su cabeza al suelo hasta que su nariz golpea contra uno de los cadáveres—"¡Mira muy bien los brazos quemados hasta que sus huesos se hicieron negros! ¡Cuando llegamos aquí, el viejo aún respiraba y yo tuve que atravesar su corazón mi lanza por piedad! ¡Le destruyeron los brazos y piernas para que viera cómo se las moscas ponían larvas en sus heridas y se lo comían los gusanos! ¿¡Y quieres ver lo que le hicieron a las mujeres?! ¿¡O el árbol en el que colgaron los brazos de los niños?!"

Ella comienza a sollozar, sus hombros se sacuden.

—"B-Basta... p-por favor b-basta"

—"¿No quieres ver lo que hicieron unas manos que se ven igual a las tuyas, mujer? ¿Debería cortar las tuyas con mi cuchillo y colgarlas para que nunca puedan hacer lo mismo?"

—"N-No... Y-Yo n-nunca... j-juro que... Dios... Dios no..." —sus palabras le salen cortas, a trozos.

Me pongo en cuclillas y la levanto nuevamente de un tirón.

Después le giro la cabeza para que me vea, y ella tiene que mover su cuerpo para que el cuello no se le rompa.

Uno de los palos que amarró a sus piernas, truena y le astilla la piel.

—"¿No quieres ver? Ah... pero yo pienso que deberías. Deberías ver muy bien, para que nunca pienses en hacerlo" —hago un llamado con los dedos, y mis hombres traen a las otras dos mujeres blancas que llevo como esclavas para darle honor a Winona.

Asiento y las bajan.

Pronto están las tres mujeres tosi-tivo en el centro.

Todas con una soga de cuero en el cuello, como animales.

Todas con las mantas viejas que antes usaban los caballos, en lugar de sus ropas.

Una de ellas tiene el pelo amarillento, como la paja, o el pasto seco.

La otra tiene el cabello rojo. Es robusta, pero no tiene músculos, aunque sus piernas son fuertes.

Perfecta DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora