19. El embrujo de la luna

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"Puede que haya sido, una forma del destino, o del karma, o del cosmos, o de esa telaraña que es más grande que nosotros y que lleva un registro de todo lo que hacemos.

Porque no encuentro otra explicación, para que una mente tan catastrófica como la suya, se hubiera terminado enamorado de alguien tan distraído como yo.

Porque si no llegaba al claro tan pronto los primeros rayos del Sol, estuvieran acariciando al pasto, o si no me subía a ese peñasco tan pronto la luna había aparecido en el cielo, y emitía un sonido especial, usando aquel artefacto de piedra ónix que él hizo para mí; entonces puede que alguien me estuviera acuchillando, o que una boa hubiera decidido convertirme su cena, o que me mis pies se hubieran enredado y me hubieran hecho caer justo en la fogata del campamento, o incluso que mis habilidades nulas para manejar cualquier cosa con filo, hubiera resultado en que me hubiera rebanado los dedos.

Su mente era un incendio sin precedentes, y puede que yo simplemente hubiera decidido meterme a nadar al río, porqué los peces me habían parecido demasiados bonitos, y puede que me hubiera entretenido nombrándoles y que eso me hubiera hecho olvidar la noción del tiempo.

Y puede que él haya matado a alguien por culpa de eso."

—Lydia Ferreira




Myriam

Una vez que parece que fue hace mucho pero que en realidad no fue hace tanto; había una fiesta a la que quería ir.

"La fiesta a la que más quería ir en la vida" —cosa que variaba, cada medio mes. Mi vida estaba demasiado llena de esas "fiestas a las que más quería ir en la vida" que solo sucederían una sola vez.

Aunque esa tarde la recuerdo muy bien.

Yo iba a la iglesia con mis mejores vestidos; de temporada claro, pero lo suficientemente modestos para así no caer de la gracia de Dios y provocar su ira.

Mis zapatos de la iglesia eran siempre los mismos, no porque no tuviera más, porque yo; Myriam Robinson, la mayor y el orgullo del apellido, por supuesto que tenía un armario y medio repleto de zapatos.

Pero eso Dios no lo sabía.

Ni las monjas, ni los sacerdotes que eran sus ojos en este mundo.

Ellos solo veían a una chica en edad casamentera, bonita y modosa, que cuidaba sus zapatos de la iglesia con su alma.

Y no solamente iba a la Iglesia, era parte del coro y mi voz era principal.

Y acompañaba a madre a esos eventos de caridad.

Obviamente ni yo ni ella nos mezclábamos con esos piojosos, harapientos, malolientes... pero cada quien hace lo que le toca, y nosotras hacíamos donativos y recaudábamos fondos.

Y supongo que en mí entusiasmo de que las tres hermanas fuéramos "bien vistas" que se me ocurrió la gran idea de involucrarlas.

Y no bastaron más de tres eventos del caridad, para que llegara a nuestra puerta, aquella carta que me haría arrojar fuego por los ojos.

Recuerdo muy bien que me la entregó mi doncella; ella ya sabía que todos los días 15 y a final de mes, me llegaban mis tan esperadas invitaciones.

Así que bajaba desde antes ahí donde el mayordomo, a por mi correspondencia.

—"Señorita Myriam Robinson, aquí está su correspondencia" —anunciaba mi doncella a mi puerta, y esperaba a que la hiciera pasar.

Le indicaba que lo hiciera, agitando la campana más pequeña de mi trío de campanas de cristal, porque probablemente, tenía la boca ocupada en ingerir menjurjes carísimos para la juventud y la belleza.

Perfecta DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora