-¿Qué quieres de mí?
-Quiero que tus malditos labios se posen sobre mis malditos labios, y que nuestras malditas bocas encajen como un maldito rompecabezas.
-¿Qué se supone qué...?
-Bésame. ¿O es que acaso un nerd como tú o entiende el vocabulario d...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
«Mío.»
―Jihyo
Teniendo apenas cinco años había comprendido el significado de perder. Y no el de perder la partida en un juego, o perder un muñeco de plástico, sino el de perder algo que nunca fue mío.
En vez de ser peinada por mi mamá para ir a primer día de clases en kínder, fui peinada por mi papá, la única persona que siempre había estado para mí. Al regresar a casa, y tras haber visto que la mayoría de mis compañeros iban acompañados por mujeres en vez de hombres, me había atrevido a hacerle la pregunta a mi papá.
―¿Y mi mamá?
―Ella... se fue lejos.
―¿Al cielo? ―había preguntado yo en mi inocencia.
―No, JiJi.
Esa había sido su respuesta. Pero aun teniendo pocos años de vida, yo había comprendido el significado detrás de sus palabras.
Desde entonces, nunca más pregunté por la mujer que me dio la vida.
A medida que crecía fui comprendiendo algunas cosas, sacando conclusiones, pero no quise saber más detalles.
Saber que mi madre se había ido de mi vida antes de que yo pudiese recordarla me había enseñado que, incluso sin tener nada, uno podía perderlo todo.
De alguna forma, aunque ella nunca hubiera estado a mi lado ni sido realmente mi mamá, yo la había perdido.
Años después, también había perdido a mi papá.
Por eso sabía qué significaba perder. Y... ¡diablos! Ya no quería perder más.
Mirando al chico que estaba en una esquina de la biblioteca, hundido en un sillón individual que se encontraba junto a un estante repleto de libros, quise que la palabra perder no existiera.
No podría imaginar una vida sin él.
Perderlo no estaba entre mis planes.
¡Por Dios! Aunque sabía que Kang Daniel era libre, que no le pertenecía ni pertenecería nunca a nadie, una parte de mí quiso que fuera mío para siempre. Solo mío.
Odiaba ser posesiva, pero no podía evitarlo, mucho menos estos últimos días. Habían pasado tantas cosas entre nosotros que, por más que intentara evitar mis celos, me encontraba buscándolo constantemente. Como en ese instante.
Sabía que después del mediodía él se internaba en la biblioteca a estudiar. Habiendo cursado ya más de medio año en nuestras carreras universitarias, cada uno sabía ya la rutina del otro. Sólo que yo estaba incumpliendo mi rutina ese día. En vez de estar volviendo a mi habitación, estaba allí, mirando desde lejos a mi novio. Sí, justo como una loca acosadora.