CAPÍTULO 5

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«Dime qué jodida cosa quieres y lo tendrás

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«Dime qué jodida cosa quieres y lo tendrás.»
Jihyo

―Un simple gracias me es suficiente ―pensé en voz alta, recordando lo que le había dicho.

Mientras caminaba hacia la cafetería, mis pensamientos se hacían cada vez más embarazosos.

Sabía perfectamente que aquel encuentro tendría que haber sido más «discúlpame» de mi parte y menos «gracias» de Daniel. Pero al verlo, impaciente a mi lado y visiblemente alterado con mi cercanía, lo único que había hecho era avergonzarlo más.

―De nada ―murmuré con arrebato, apretando los dientes.

Él me había agradecido el haberlo ayudado y yo le había dicho «de nada». ¿Existía acaso algo más cómico que eso? En vez de haberme esforzado por conseguir su perdón, le había arrebatado más su dignidad. Y por ello, la culpa comenzaba a carcomerme con más frenesí.

Tropezándome con mis propios pasos, me detuve a mitad de corredor. Y sin pensármelo dos veces, hice el camino de vuelta a Daniel. Tenía que solucionar ese asunto, si no estaba segura que terminaría despierta toda la noche sintiéndome culpable (como lo he hecho las últimas semanas, pensé).

―¡Detente! ―exclamé tan pronto como lo vi.

Él venía caminando con su mirada clavada en el suelo, como siempre, y con sus auriculares colgando a cada lado de su cuello. En cuanto alzó la mirada, vi cómo su cuerpo se paralizó y acto seguido se giró para evitarme.

―A ti te hablo, detente ―casi grité apurando mis pasos para llegar a él.

Me planté frente a su cuerpo y, a pesar de que su rostro apuntaba al suelo, contemplé cómo el rubor de sus mejillas se esparcía con ligereza y se le acumulaba en el cuello.

El contraste de su camisa blanca y el suéter beige, con el rojo de su piel, me resultaba extrañamente atractivo. Apreté los dientes. ¿Qué eran esos pensamientos?

―¿Qué quieres? Ya te dije gracias ―murmuró; por el volumen de su voz, pensé que podría estar fácilmente hablando para sí.

¿Por qué era tan difícil hablar cuando la culpa me sofocaba?

―No quiero que me agradezcas ―empecé sintiendo cómo mi garganta se apretaba con cada palabra salida de mi boca.

―¿Entonces?

Su mentón se levantó y al instante nuestras miradas se encontraron. ¿Daniel tenía ojos verdes amarronados? Parpadeé y, detrás del vidrio de sus lentes, la realidad me golpeó. El verde de sus ojos casi parecía el de las hojas secas en pleno otoño y era hermoso a comparación del triste y agonizante brillo que los recubría.

―Quita esa mirada de gato con botas ―balbuceé con dificultad, incapaz de sostenerle por más tiempo la mirada.

Inmediatamente, Daniel sonrío. Me sonrío.

𝐄𝐒𝐓Ú𝐏𝐈𝐃𝐎 𝐃𝐀𝐍𝐈𝐄𝐋 | 𝐉𝐈𝐍𝐈𝐄𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora