-¿Qué quieres de mí?
-Quiero que tus malditos labios se posen sobre mis malditos labios, y que nuestras malditas bocas encajen como un maldito rompecabezas.
-¿Qué se supone qué...?
-Bésame. ¿O es que acaso un nerd como tú o entiende el vocabulario d...
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«Defíneme qué es provocar.» —Jihyo
―Estúpido Daniel ―gruñí caminando para tomar mis libros de la próxima clase.
Abrí mi casillero y bufé con la cabeza dentro, para que nadie viera ni sospechara el lío que tenía en mi interior.
Miré alrededor. Tenía una que otra cosa, fotos adheridas de mi gato, recortes de revistas de moda y un par de libros que nadie, excepto yo, sabía que había leído.
La gente seguro pensaba que yo no sabía leer, o si sabía, mis autores preferidos eran E.L James y Jennifer Probs. Lo cierto era que todos estarían equivocados si pensaban eso, porque a pesar de mi título de perra, yo no pensaba sólo en sexo. Y claro está, mis libros favoritos eran escritos por Nicholas Sparks. Realista y cursi, así era yo.
Cuando posé mi vista en una foto que sobresalía de las demás pegadas en la puerta del casillero, suspiré. Allí estaba yo de niña, con una coleta a cada lado de la cabeza, y refugiada entre los cálidos brazos de mi padre. Esos eran días felices y habían sido mis días de chica inteligente. ¿Quién creería que la ignorante JiHyo había sido nerd en la escuela primaria? Por supuesto, si no fuese por aquella foto, yo lo negaría.
Cerré la puerta y me recosté en ella.
¿Cómo iba a hacer que él, dueño de la sabiduría y la razón, me besara otra vez? No cabía duda de que él era inteligente, y puesto que lo era se me había hecho difícil convencerlo de besarme frente al resto del alumnado.
Caminé a los baños, cercanos a donde estaba, preguntándome una y otra vez cómo haría para concretar mi plan. Lavé mis manos, me miré en el espejo una vez más y suspiré. ¿Qué diablos me pasaba? Le resté importancia a mis pensamientos que no hacían más que rondar de un lado a otro con recuerdos del beso con Daniel y salí de allí.
Fue cuando abrí la puerta que sentí mi interior temblar.
―Al fin te encuentro ―dijo moviéndose inquieto.
Dibujé una sonrisa de mentira en mi rostro.
―¿Me buscabas? Qué romántico, ¿de repente te dieron ganas de besarme? ―le pregunté siendo totalmente sarcástica.
Vislumbré su expresión convirtiéndose en piedra, y segundo después parecía enojado.
―Venía a pedirte disculpas, pero eres... ―vaciló sin explicarse y volteó para irse.
¿Pedirme disculpas? ¿Por qué? Sentí ganas de golpearlo y lo habría hecho, pero me abstuve al verlo detenerse de espaldas a mí. Cuando volvió a mirarme, lucía pensativo.
―¿Por qué lo haces? ―preguntó sin mover un músculo de la cara.
Mis recuerdos viajaron a velocidad luz y supuse que hablaba de mi conversación con Dahyun; sonreí.
―Si te refieres a tu novia, aclaro que ella me agrada. Es simpática y piensa que soy buena persona ―me encogí de hombros.
―Dahyun no es mi novia y no es de eso de lo que te estoy hablando ―se quejó.
―Oh ―balbuceé confundida―. ¿A qué te refieres entonces?
Su pechó se elevó mientras respiraba con ferocidad.
―Deja de hacerlo ―pidió acercándose un paso. Sus pies chocaron con los míos―. Deja de provocarme ―susurró con los ojos cerrados.
¿Yo lo estaba provocando?
―Defíneme qué es provocar ―musité llevando una mano a su pecho.
Al parecer lo pillé desprevenido, porque al mero tacto él se tensó y abrió los ojos paniqueado.
―Lo que estás haciendo ahora ―dijo en voz baja.
Sus ojos destellaron cuando se encontraron con los míos.
Escuché un par de pasos a lo lejos, pero al parecer Daniel no, porque en vez de alejarse, se acercó aún más a mi rostro. Nuestras narices se rozaron.
―¿Qué quieres de mí? ―balbuceó inseguro.
Sus labios temblaron y mi respiración se detuvo.
―Quiero que tus malditos labios se posen sobre mis malditos labios y que nuestras malditas bocas encajen como un maldito rompecabezas ―dije.
Al oírme, supe que no debería haber dicho mi pensamiento en voz alta.
―¿Qué se supone que...? ―empezó a decir cerrando los ojos con fuerza.
―Bésame ―lo interrumpí―. ¿O es que acaso un nerd como tú no entiende el vocabulario de una perra como yo? ―lo desafié.
Daniel abrió los ojos, y cuando pensé que me besaría sólo apoyó su frente sobre la mía y me miró fijamente.
―Nunca... ―musitó y se detuvo. Por más de dos segundos reinó el silencio, y sin más llevó una mano a mi mejilla derecha―. Nunca vuelvas a decir que eres una perra ―completó, y arrastrando su dedo pulgar por mis labios, retrocedió un paso.
Sentía mi cuerpo tembloroso, incluso mi estómago parecía revuelto.
Mi piel ardió cuando alcé la mirada y me encontré con Daniel delante de mí. Por un momento lució aturdido, pero no pasó mucho hasta que sus dientes se apretaron y después me dejara allí sola.