CAPÍTULO 13

381 52 22
                                    

«Un plan»—Jihyo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

«Un plan»
Jihyo

¿Por qué seguía pensando en el estúpido de Daniel?

Desde que había llegado a casa, tenía la sensación de ser un globo... pinchado, desinflado, vacío.

Y lo malo no era sentirme como un globo, claro que no. Siempre había estado vacía desde la muerte de mi padre.

Lo malo era pensar en que Kang reparaba la parte pinchada de mi alma, inflaba mis pulmones de suspiros y me llenaba la cabeza de sueños.

¡Me había vuelto una maldita cursi! Y todo por... Daniel.

¿Qué me hacía él? Quería saber por qué razón le seguía el juego, lo seguía a él y seguía sus pasos. Si continuaba así no cabía duda de que terminaría siendo la antigua JiHyo, vestida con coletas o trenzas, llevando libros en manos, codos e incluso los pies si fuese necesario, y con unos anteojos que romperían indiscutiblemente mi preciada apariencia de perra.

No, no, no. ¿Por qué siquiera estaba pensando en seguir con eso? Tenía que dejarlo... ¡por Dios! Y de manera urgente.

Me desplomé sobre mi cama, boca abajo, y hundí mi rostro en un cojín.

―JiJi, ¿te encuentras bien, cielito? ―preguntó una hora después mi abuela, al parecer dándose cuenta de que no había salido de mi habitación.

Levanté mi cara de la almohada, para que mi voz no fuese amortiguada por la misma, y preferí mentir.

―Sí, abuelita ―dije direccionando las palabras hacia la puerta, donde suponía que estaba mi abuela.

Oí sus pasos alejándose y entonces me encogí sobre la cama en forma fetal. En ese preciso instante necesitaba un abrazo cálido, una mirada diciéndome que todo estaría bien y un apretón fuerte en mi mano.

La imagen de mi papá vino a mi mente. Si él estuviese vivo, me habría abrazado, dando su mirada de «estarás mejor» y apretado mi mano cariñosamente.

Sentí las mantas hundiéndose a mi lado y cuando miré vi a Theo. Era un gato silencioso, sin embargo, perfecto. Como si supiese mis pensamientos, se arrulló en el hueco entre mis piernas y mi torso, y yo lo abracé.

Pensando en cómo explicar lo inexplicable, terminé por quedarme dormida.

●●●

Oí tres golpes pausados y suaves viniendo de la puerta. Sentía los párpados pesados pero aún así pude apoyar mis palmas sobre el edredón y medio levantarme.

―A cenar, Jihyocita. Tu abuela hizo tu comida preferida ―habló mi abuelo desde afuera.

Mi estómago rugió, revelando que tenía hambre y que ya era de noche, pero algo más intenso, una sensación de soledad y desánimo, me mantuvo quieta en la cama.

―No tengo hambre ―mentí apretando los párpados con fuerza.

Mi abuelo no insistió, así que acaricié el lomo de Theo una vez más y dejé que unas cuántas lágrimas salieran de mis ojos.

Esa noche fue larga y dolorosa.

No sólo porque había sacado un viejo álbum de fotografías y tenía la expresión sonriente de mi padre grabada en la mente. Tampoco porque me sintiese desafortunada, es decir, tenía a mis abuelos... ellos eran mi más preciado tesoro en la vida. Y mucho menos era por Daniel y sus estúpidos ojos.

La verdadera razón era una mezcla de todo.

Había un poco de mi papá, un poco de soledad y un poco de Daniel. Y lo sabía. Mi corazón no podía soportar tanto; quizá yo fuese fuerte, capaz de soportar abandonos y muertes, soledad a pesar de no estar sola, pero no tenía el coraje suficiente para hacer frente a más. Sobre todo a mi compañero nerd.

Desde que Daniel había entrado a mi vida, o yo en su vista aquel día que lo hice llorar, algo había pasado de ser gris, opaco y lúgubre a convertirse en un claro esbozo a color, brillante y luminoso. Luminosidad que no podía soportar, que me hacía daño y que me estaba destruyendo.

Y Daniel era el culpable... él tenía la luz.

Por esa razón, yo tenía un plan.

Cuando desperté, al otro día, mi cuerpo se apresuró en salir de la cama. Adormilada busqué mi bloc de hojas de la escuela, y cogiendo un postit fucsia, escribí: «olvidar a Daniel».

𝐄𝐒𝐓Ú𝐏𝐈𝐃𝐎 𝐃𝐀𝐍𝐈𝐄𝐋 | 𝐉𝐈𝐍𝐈𝐄𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora