CAPÍTULO 7

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«Un beso

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«Un beso.»
Jihyo

Si había algo que odiase más que me dijeran perra, era que Daniel pensara que verdaderamente era una. Es decir, ¿incluso la persona más insignificante de la preparatoria pensaba eso de mí? En cierto punto, dolía.

Y me siguió doliendo por una semana más; cada día se me hacía más insoportable el ir a clases y que Daniel me ignorase.

Dios Santo, ¡le había pedido disculpas!, ¡le había entregado el verdadero trozo de papel!  ¿No era eso suficiente como para que volviese a mirarme? Ya no me molestaban las estúpidas palabras en la pizarra, que además de ser insignificantes, eran como una versión bruta de las frases de Bart en la presentación de los Simpsons.

Lo que me molestaba y me había mantenido en vela por días y noches, era pensar en los jodidos ojos verdes amarronados del sabelotodo que se sentaba al frente de la clase.

Estúpido Daniel.

Cuando por casualidad su mirada se encontraba con la mía, podía ver cierto resentimiento, o algo muy similar, en el brillo de sus ojos.

Tenía que hacer algo.

Y sin pensarlo dos veces, después de días viéndolo actuar como si yo no existiese, lo detuve cuando tocó el timbre y todos salieron al receso. Todos menos él, claro, que estaba siendo sostenido por mi mano en su brazo.

―Dani ―dije tirando de la manga de su camisa abotonada para que se diese la vuelta y me viera.

―Mi nombre es Daniel ―acentuó sin mirarme una sola vez, aunque sin intentar desprenderse de mí.

Me sentí estúpida al instante. ¿Qué hacía yo deteniendo a un nerd? Más aún. ¿Qué hacía yo, reina de la insensibilidad, buscando la atención de él, el nerd sensible y llorica de la preparatoria?

Por primera vez me sentí cohibida ante un chico. ¿Qué diablos?  Estaba por retractarme, soltando el agarre, cuando él giró el cuerpo y, aunque su mirada quedó baja, me habló.

―¿Qué quieres?

¿Qué quiero? Mi piel ardió bajo su escrutinio.

―Unas vacaciones me vendrían bien ―intenté bromear, siendo ese el único método que tenía para salir de un apuro. Sin embargo, él resopló y giró para irse―. No, espera ―lo retuve, incapaz de explicar con palabras mi negativa a dejarlo ir―. Yo sólo quería saber si... ¿has pensado en lo que te pregunté?

Sí, todavía no podía desprenderme de la culpa.

Daniel frunció el ceño.

―Lo de pedirme algo a cambio, ¿recuerdas? ―sugerí mirándome las uñas esmaltadas de mi mano derecha.

―Dije que no quería nada ―me recordó rascando su nuca.

―Vamos, algo tienes que querer ―insistí―. ¿Quieres que te compre un maldito libro? Te lo compraré. ¿Quieres un suéter con el dibujo de Mickey Mouse? Lo conseguiré. Sólo dime qué jodida cosa quieres y te aseguro que la tendrás ―dije sin temor a arrepentirme.

―Un beso ―creí escuchar.

―¿Qué? ¿Un beso? ―tartamudeé; pensé que mis cejas se unirían en cualquier instante de tanto fruncirlas.

―Yo... ―carraspeó y sacudió su cabeza, luciendo confuso. Inmediatamente miró alrededor y su rostro enrojeció tanto que creí entraría en erupción―. No dije un beso ―titubeó.

―Creí que habías dicho un beso ―dije no muy convencida.

¿Un beso? Sentí el galopar de mi corazón incrementándose a niveles desconocidos.

―No fue eso lo que dije ―aseguró.

―¿Y qué fue lo que dijiste? ―inquirí buscando la voz en mí misma―. Porque pensándolo bien, un beso sería mucho más fácil para mí ―acoté tomando el papel de perra que me pertenecía.

―¿Q-qué? ―Esta vez fue su turno de tartamudear.

―Vamos, Daniel. Besarte sería como respirar para mí, es decir, acostumbro a besar a cada hombre que se atraviesa en mi camino, ¿no? ―A pesar de que mi tono fue cínico, no pude evitar que mis palabras vacilaran al final. Sonreí con una dulzura atípica en mí; tenía que convencerlo de mi actuación, sí o sí―. Pero si no quieres un beso, está bien, puedes decirme qué otra cosa quieres.

Su rostro quedó estático durante varios segundos, con una expresión de sorpresa, pavor y alguna otra emoción que no pude distinguir.

―Lo pensaré ―anunció finalmente.

―¿En serio? ―dudé aturdida ante su respuesta.

Apretó los labios y se encogió de hombros.

―Si eso te ayuda ―resopló.

―Genial, ¡nos vemos! ―me despedí, sonriendo, y empujándome puertas afuera.

Por alguna razón, me sentía mejor ahora que había hablado con Daniel y él había aceptado pedir algo a cambio de la vergüenza que le había hecho pasar semanas atrás.

Probablemente ese era el motivo que me había tenido estancada en sus ojos, su pelo prolijamente peinado, sus anteojos rectangulares, su angulosa y amplia mandíbula, las líneas de preocupación en su frente, junto a sus cejas de bebé.

Sin duda, que Daniel me pidiera algo, aliviaría mi culpa. Y eso sería lo mejor que podría pasarme en las últimas semanas.

Al fin estaría libre de Daniel y de sus malditas cosas de nerd.

𝐄𝐒𝐓Ú𝐏𝐈𝐃𝐎 𝐃𝐀𝐍𝐈𝐄𝐋 | 𝐉𝐈𝐍𝐈𝐄𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora