Capítulo 2: Cartas Sobre La Mesa

144 87 1
                                        

Cuando Yaiba se adentró en aquél carruaje, lo hizo con recelo y precaución.

Había algo extraño en su interior. No había palabra que se le ocurriera para describirlo en el momento.
Era como dar un paso sobre el tronco de un árbol caído, temiendo que con el siguiente paso, la putrefacción de su interior cause que caigas en un hueco del que no puedas salir.

La Yaiba de 10 años atrás, habría subido emocionada a aquél carruaje. Fue en esa época que descubrió sobre la elegancia de las mujeres nobles.
Ella no la había experimentado. Era normal para una niña de esa edad sentir esa curiosidad, envidia por el estilo de vida que llevaban con las correspondientes ventajas.

Toda su vida había vivido en Bavian. Por ello reconocía cada edificio, cada calle y cada paisaje, como si no existiese otro igual en el mundo por mucho que se intente replicar.
Por eso es que al mirar al exterior, tras un parpadeo prolongado acompañado por un retumbar en sus oídos, el paisaje había cambiado para ella.

Mucho más gris. Más frío.
Quizás era su cabeza, preparándola, sabiendo que fuese lo que fuese que quisieran con ella, no debía añorar Bavian. O de lo contrario, dolería tanto como añorar a su padre.

En un instante, Bavian había dejado de ser la aldea en la que se forjó su lanza, donde tuvo su primera cacería y heridas, experimentó dormir algunas noches fuera y otras dentro de su hogar.

Si se concentraba en los edificios, lograba reconocerlos. Pero cuando su mirada se relajaba, pasaban a distorsionarse y ser un recuerdo envuelto en neblina.
Era curioso cómo una capa tan pequeña de vidrio podía crear tal separación entre Yaiba y Bavian, era como estar bajo un hechizo.

Deseaba estarlo.
Al menos así no sería ella misma quién veía el mundo así.

Desvió, con cierta angustia, su mirada y sus pensamientos.
Ahora se centraban en examinar el carruaje, que más parecía una estancia que un vehículo por su tamaño, y al hombre frente a ella, que no necesitaba hechizo o ilusiones para verlo de forma distorsionada y deformada.
Aunque Yaiba, en su rencor, pensaba que estaba viéndolo como realmente era: Mucho más feo por dentro que por fuera.

Yaiba era una mujer rencorosa.
Lo reconocía con sinceridad y hasta un ligero orgullo.
Por eso, no intentó ocultar su ceño fruncido al dirigir su mirada hacía Roymann.

Pero la mirada de Roymann poco disimulada observaba las piernas temblorosas de Yaiba, encogidas entre sí al intentar detener la demostración del terror que sentía.

"Oiga" -Intentó empezar con valentía y con ligero rastro de grosería, pero se le escapó un sonido agudo como el principio desafinado de un gallo al amanecer. Quizás podía intentar aprovecharlo para actuar como una damisela desesperada, con lo qué, con un poco de suerte, el hombre se apiadaria de ella. Se arrepentía de haberle pedido no verla como una dama- "No me haga arrepentirme de haberme adentrado aquí. Si es cierto lo que me han contado, le ruego que me deje marchar y busque a una mujer más dispuesta" -No se atrevía a mencionar el tema de las anécdotas- "No soy la más bella de aldea, así qué no tendrá problema alguno encontrando a alguien qué pueda satisfacerle. Estoy segura de que muchas otras mujeres en Alven, e-en Bavian incluso, tendrán los......atributos que busca" -Acababa de vender a alguna pobre mujer ante un posible trato poco caballeroso, pero necesitaba descubrir la verdad antes de que se le echase encima- "¿La....." -Jugueteó primero con su coleta, pero luego con sus dedos pulgares- "¿La carta es de un familiar mío? Padre jamás me habló de más familia que la nuestra, quizá un pariente lejano de mi abuela, pero poco sabía realmente sobre ella. Murió poco antes de nacer yo....¿E-es acaso una carta de mi padre?"

Fe en DesesperarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora