JooHeon estaba en su cuarto, el apartamento se encontraba en completo silencio, el único ruido que llegaba a los oídos del castaño era el exterior, los autos pasando y de vez en cuando algún grito de niños jugando.
Estaba a punto de anochecer, era viernes, había asistido a sus clases y después había hecho medio turno en la cafetería porque los hermanos Chae cerraron antes de las cinco de la tarde, el café no abriría sus puertas hasta el lunes, dado que ambos hombres iban en camino al pueblo donde su madre vivía, la mujer había estado algo enferma así que decidieron ir a cuidarla por el fin de semana y se habían llevado a sus gatitas porque la madre de Hyungwon era una loca por los gatos, y el castaño no tuvo problema en enviárselas para que se recuperará más rápido, él sabía bien que el no tener compañía era muy difícil, y supuso que para una persona de su edad, que había perdido a su pareja, sería aún más difícil.
JooHeon se había ofrecido para hacerse cargo del local, pero al final prefirió no hacerlo, era demasiado para él solo.
Así que ahí se encontraba, recostado en su cómoda cama, sin nada que hacer, no tenía trabajos pendientes, estaba completamente al día, el apartamento estaba casi reluciente de lo limpio que estaba y tampoco tenía hambre como para ponerse a cocinar.
Estaba empezando a aburrirse, el silencio lo estaba envolviendo poco a poco, los gritos infantiles eran cada vez menos y el ver como el cielo, pausadamente se tornaba azul oscuro, lo hizo moverse, no había ni una luz encendida, y para cuando vio las nubes grises ocupando el cielo, encendió su lámpara de escritorio y se recostó de nuevo, entonces, unos largos minutos después, las primeras gotas resbalaron por el cristal de la ventana.
Tres, siete, nueve, quince, veintitrés... Más y más, muchas más, caían, resbalaban, se unían a otras y se deslizaban hasta el final.
Era hipnótico, hasta que el primer rayo surcó el cielo a su vista, fugaz, brillante, efímero.
JooHeon no se movió, ni cuándo el sonido llegó, retumbando hasta sus huesos, solo se quedó ahí, con su vista clavada en la ventana.
Ahí, viendo el cristal siendo acariciado por las gotas, recordó el rostro de su madre, delgado, pálido, y ojeroso, con calientes lágrimas deslizándose hasta perderse en su cuello.
Lágrimas de dolor, dolor físico y emocional, lágrimas que terminaban en el cabello de JooHeon, que se mantenía apresado entre los delgados brazos, en medio de la noche, en una esquina del cuarto, con súplicas susurradas por parte de la mujer, que rezaba para que la puerta no se abriera.
La imagen era clara, a su modo, la mujer de cabellos oscuros estaba sentada en la esquina del cuarto, con la espalda del menor pegada a su pecho, mientras éste, pasaba su mirada de la puerta al espejo frente a ellos, la única luz que había, era la de la farola de la calle, que caía justo sobre el rostro de la mujer.
JooHeon no lloraba, solo estaba ahí, sosteniendo los brazos de su madre, tratando de darles el calor de sus pequeñas manos, y mientras el ruido del otro lado de la puerta cesaba, el del exterior empezaba, con una suave brisa que se filtraba por el ventanal.
Otro rayo cruzó el cielo, y el sonido, esta vez, fue más fuerte, lo suficiente como para hacerlo volver a la realidad.
Se puso de pie, encendió la luz y caminó hasta la cocina, dejando todas las luces encendidas a su paso.
Tomó un vaso, lo llenó de agua y lo llevó hasta el microondas, presionó las teclas y el plato transparente empezó a girar, mientras el sonido de la máquina llenaba el lugar, haciendo más notorio el silencio.
Los truenos se siguieron escuchando y poco después, el microondas avisó que su tarea había sido terminada, JooHeon tomó el vaso y metió una bolsita de té, puso un poco de azúcar y caminó hasta el sofá, dónde había dejado su móvil.