Habia una vez, una mariposa.
La mariposa tenía alas salpicadas de colores.
Morado por aquí.
Azul por allá.
Un toque de amarillo.
No a todos les agradaba,
pues aquella mezcla de colores
tan extravagante era
que a algunos incomodaba.
Pero a la mariposa le daba igual.
Ella amaba sus colores.
Ella amaba sus alas.
Ella amaba volar, y no por los demás
iba a dejar de hacerlo.