Había una vez, unas sábanas.
Ellas se entrelazaron entre las piernas,
arroparon cada rincón,
suaves como una brisa de primavera, rozaron la piel.
Arrugadas, alborotadas, desordenadas.
Tan cálidas.
Hicieron dormir al más inquieto.
Calmaron al más angustiado.
Pero para colmo, agitaron el corazón.