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Días, semanas, meses pasaban. Realmente, solo se daban cuenta del paso de los días y las fechas por el calendario que colgaba de la sala común de la cafetería.

Porque todos sus días permanecían igual.

Chenle, aunque le había costado, había logrado acostumbrarse a la soledad de las noches y sus fríos 2 metros cuadrados.

Se había acostumbrado a llorar en la luna llena, abrazado a sí mismo imaginando que era el pecho del menor, tratando de recordar el ritmo de sus latidos y su calidez y así por fin lograba quedarse dormido.

Y Jisung, por su lado, hacía muchos meses se había conformado con soñar todas las noches una misma cosa, una misma escena: el día en que sellaron aquel juramento de protección.

Visto en perspectiva, no estaba tan mal.

Veía a Jisung de nuevo, podía pasar tiempo con él, no tenían que robar más, nadie les hacía daño porque Yukhei y los demás los protegían.

En cierto modo, todo estaba mejor que nunca.

Hasta que él llegó.

ㅡ¡Cállense todos de una maldita vez, pedazos de escoria humana! Si oigo un tan solo sonido de sus miserables cuerpos en mi guardia les juro que nunca más serán capaces de emitir otro

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ㅡ¡Cállense todos de una maldita vez, pedazos de escoria humana! Si oigo un tan solo sonido de sus miserables cuerpos en mi guardia les juro que nunca más serán capaces de emitir otro.

Johnny Seo.

Un guardia transferido desde una de las más rígidas prisiones de Estados Unidos, conocido por su cero misericordia hacia nadie.

Absolutamente nadie.

ㅡ¡A sus celdas todos, hijos de perra! Me harté de ver sus caras.

Al parecer ambos países habían decidido poner en práctica diferentes métodos de tratar a los reos en busca del que mejor funcionase.

Lo que explicaba la existencia de John Seo en la prisión.

Y su trabajo era custodiar nada más ni nada menos que el pabellón C.

O como él prefería llamarlo: el corredor de la muerte.

Porque si no muriesen como pago de su condena, desearían hacerlo cada segundo de su día.

Días, semanas, meses pasaron bajo el régimen de terror y silencio absoluto de Seo

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Días, semanas, meses pasaron bajo el régimen de terror y silencio absoluto de Seo.

Las risas, los susurros, el poco tiempo de calidad en el patio que tenían se había desvanecido como el baho de un suspiro en una noche de invierno.

ㅡ¿Por qué las caras largas, alimañas? ¡Anímense! De todas formas pronto morirán. ¿Quieren tener esa cara cuando se vayan al infierno?

Ya ni siquiera el abrazarse hecho un ovillo podía eliminar de su cabeza el hecho de que a lo que sus brazos se aferraban no era Jisung.

Y ya ni el sueño de aquel recuerdo le era suficiente al castaño para sentirse a gusto con su existencia, porque algo estaba dañando a su mayor y no podía hacer nada para evitarlo, ni podría nunca.

Tan rápido como todo había parecido mejorar, se fue al traste.

Porque así eran eternamente las vidas de Park Jisung y Zhong Chenle.

Un infinito sube-y-baja donde siempre se golpeaban al caer.

Silence [JC]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora