GUERRA | desde la primera vez que los vengadores pisaron la tierra, nada nunca más volvió a ser lo mismo. Especialmente para Tony Stark, el tipo más egocéntrico de la tierra que siempre se imaginó salvando el mundo solo.
Hasta que una niña de pelo...
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{Perderías contra Batman.}
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ESTABA MUY CLARO QUE NO PODÍA PERMANECER CERCA DE ÉL. Todo su estúpido plan se había ido al garete, haciendo que prácticamente se lo pusiera todo en bandeja a Stark. Estaba perfectamente claro, y Stella sabía que no podía escapar de la soga que le estaba poniendo al cuello.
Durante los dos últimos días se había notado completamente la forma en que el hombre había evitado estar cerca de ella, casi como si tuviera una enfermedad contagiosa. Pero, ahora lo sabía. No era miedo a lo que le estaba pasando, tenía miedo de sí mismo. Daba miedo pensar eso de alguien como Tony, que se erigía tanto como líder.
Haberle abordado así había sido totalmente intencionado, al fin y al cabo necesitaba averiguar dónde empezaba y terminaba el descontrol de sus emociones. Y todas sus preguntas y respuestas parecían llevar al mismo camino, Tony Stark.
Llegó a la conclusión de que cada vez que estaba definitivamente cerca de él, era cuando no podía controlarse. Donde los arrebatos comenzaban y su cuerpo no la obedecía.
Daba miedo pensar en ello, después de todo, nadie querría estar a merced de su propio cuerpo. Y así se había sentido Stella, un parásito viviendo escondido en su cuerpo. Casi como si en cualquier momento su verdadero rostro fuera a aparecer y tomar el control de todo.
Era completamente difícil conciliar el sueño. Un lado de su cabeza palpitaba ardientemente, lo que parecía hacer que todo el dolor descendiera a las demás partes de su cuerpo. No se sentía nada bien. Su mayor temor se produjo exactamente en ese momento, cuando recostó su cuerpo en la cama.
Donde estaba sola, vulnerable. Y sólo su lado asustado estaba a su lado. A Stella le aterraba el momento en que se le cerraban los ojos, porque no sabía si podría volver a abrirlos al día siguiente.
A veces, cuando conseguía dormir, se despertaba asfixiada en mitad de la noche. Con esa misma sensación de que toda la sala estaba en llamas y no de forma agradable. El aire quemaba cada pequeña molécula de su cuerpo y Stella no podía hacer otra cosa que llorar.
Era casi como si algo dentro de sí misma no la dejara tomar el control. Esto estaba empezando a ser un gran problema para ella. Dado que estaba empezando a rehacer sus planes de vida, le pareció lo único sensato que podía hacer en ese momento. Pero cuando estaba sola se planteaba si realmente merecía la pena intentar volver a su antigua vida.
Cuando sintió que sus ojos se abrían, se dio cuenta de que ya había amanecido. Se preguntó cuándo se había dormido, ya que no había sido una noche tranquila.
Stella se revolvió un poco en la cama hasta que se animó a levantarse, algunos hábitos nunca cambiarían. El mayor motivo de sus suspensiones cuando era más joven en el orfanato era que siempre era la última en levantarse. Así que cuando llegó a desayunar, todos los demás niños ya habían comido.
