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Tener sexo aumentaba mi apetito, tuve que irme antes de que amaneciera para buscar algún humano y devorarlo.

Pero ahora debía cuidar de mi mujer y no quería cometer la estupidez de permitir que alguien encontrara mi escondite después de devorar a alguien y ponerla a ella en peligro.

Así que viaje entre las sombras de la montaña un día entero y llegué a otro pueblo.

Cuando regresaba a nuestro hogar, Douma me interceptó. En tres semanas debíamos atacar la sede de los cazadores.

No sabía qué hacer. Los amigos de mi cazadora estaban ahí.

Ese mocoso, Tanjiro era su amigo, al igual que el jabalí y el otro tipo. Y tenía que entregar la cabeza de algunos de ellos, pero yo no podría causarle un daño asi a Kaori.

Douma sospechó y como lo esperaba fue a contarle a Muzan que me encontró reacio a atacar la sede.

De pronto me absorbió en la dimensión de la demonio biwa y de nuevo, hiriendome, me amenazó con hacerle daño a mi mujer si no cumplía con mi trabajo.

Me encontraba entre la espada y la pared, mi deber como demonio era acabar con los cazadores y los pilares. Pero mi deber como pareja era hacerla feliz a ella.

Aunque la idea de asesinar al pilar cara de mierda no me desagradaba en absoluto, sabía que al hacerlo la perdería a ella para siempre.

Y Muzan la lastimaría si yo no atacaba la sede junto a él.

- ¿Qué hago ahora? - Me pregunté a mí mismo.

En ese momento deseaba no haberle permitido a Muzan convertirme en demonio.
Quizás como humano habría renacido y la hubiera conocido a ella en esta vida.

No me vería obligado a matar a nadie y podría hacerla feliz sin arrebatar la vida de las personas más importantes para ella.

¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? ¿Por qué a ella?

Regresé a mi hogar, lo primero que hice fue besarla y hacerle el amor. Ella me recibió gustosa.

Pasé las últimas dos semanas a su lado y fueron las más felices de mi vida. Yo ya no quería nada más. Pero lo que deseaba no era posible. Si no asesinaba a los cazadores y pilares Muzan la asesinaría a ella. Si los atacaba y mataba, ella se alejaría de mí.

Maldita suerte la mía.

Me platicó su historia, la manera en que su padre murió a manos de su hermano convertido en demonio y como un cazador la salvó de ser devorada ella también.

Sentí gratitud hacia ese tipo. Y afortunadamente no fui yo quién provocó esa tragedia. Aunque sentí pena por lo que tuvo que vivir.

Me contó casi toda su vida y lo bien que se llevaba con sus otros amigos cazadores

- ¿Por qué me cuentas todo esto?

- Porque confío en ti - Respondió.

Ella confiaba en mí y yo no quería fallarle.

Le ayudé a entrenar, sus golpes eran fuertes, aunque para mí no eran más que pequeños rasguños podía sentir como cada día golpeaba con más fuerza y precisión su katana.

Le enseñé a disminuir su espíritu de pelea. A no dejar ninguna abertura. Y aunque probablemente estaba traicionando a Muzan y pagaría caro por ello, quería que ella tuviera los conocimientos necesarios para poder enfrentar cualquier situación de vida o muerte.

Era mi mujer y mi prioridad era protegerla.

Esa noche subimos a ver la luna y como si leyera mis pensamientos o como si ella lo necesitara también, nos quedamos en silencio, solamente admirando la vista que la altura nos brindaba, y sintiendo como el viento nos golpeaba suavemente.

Fingí que nada pasaba, platiqué, reí y le hice el amor.

Pero ella no era tonta. Se daba cuenta de que algo sucedía.

- Últimamente no haces tantas bromas.

- ¿Te gustan mis bromas?

- Si no fuera así no te lo estuviera comentando. ¿Te pasa algo?

- Tal vez no he encontrado con qué bromear.

- ¿Akaza, mi demonio favorito, no encuentra con qué bromear? ¿Es en serio?

- ¿Soy tu demonio favorito?

- Después de todo, ¿Te quedan dudas? - Se acercó a mí, que estaba sentado en el recibidor de nuestra cabaña, con mis piernas colgando y se colocó entre ellas. Tomó mi rostro y me besó.

Cada día que pasaba era más abierta y cariñosa conmigo.

La abracé fuertemente y de nuevo mi garganta comenzó a sentirse extraña. Carraspeé para desaparecer lo que fuera que sentía y la cargué entre mis brazos para llevarla dentro y hacerla mía una vez más esa noche.

Pero está vez ella me tumbó sobre el futón y acarició mi pene por encima de mi ropa. No podía creer lo que estaba apunto de hacer.
Pero por supuesto que no me negaría a dejarme hacer lo que ella quisiera.

Bajó mis pantalones y mi erección se hizo presente. Ella comenzó a introducirlo en su boca y el calor de su lengua me erizaba por completo.

Con su mano subía y bajaba la piel que rodeaba mi miembro y al mismo tiempo lo seguía succionando con cuidado.

Yo estiré la cabeza hacia atrás disfrutando del momento mientras tomaba la de ella para guiarla con la velocidad que me resultaba más placentera.

Ella accedía a mis deseos.

Gemía como nunca. Era la primera vez que una mujer me hacía sexo oral sin hechizos de por medio y Kaori disfrutaba hacerme retorcer del placer.

¡Maldita sea la amaba con todo mi ser!

No aguanté mucho más, el delicado tacto de sus suaves manos y la calidez de su lengua me hacían vibrar. Terminé en su boca, y ella sin más, tragó.

Se limpió con su pulgar y después lo relamió.

Nunca había visto imagen más excitante.

Creí que se recostaría a un lado mío para que yo hiciera lo mismo que ella hizo conmigo, pero para mí sorpresa se montó sobre mí y aprovechándose de mi situación como demonio provocó otra erección en seguida.

Se introdujo mi miembro ella sola, de un solo tirón y su gemido de placer al sentirme dentro me erizó de nuevo.

Se veía tan perfecta, tan hermosa. Su camisón blanco transparentaba sus senos, que sobresalían por la manera en que ella inconcientemente los apretaba con sus brazos para apoyarse sobre mi pecho, sus pezones excitados, ese tirante a media caída sobre su brazo descubriendo su hombro, sus sensuales movimientos encima de mí, sus estupendos gemidos de placer y su mirada llena de lujuria, superaba todas mis fantasías.

Ni siquiera haber estado con más de una mujer al mismo tiempo me había excitado tanto.

Cuando pensé que nada podía ser más perfecto, llegó su orgasmo. No la había escuchado gemir tan deliciosamente. La manera en que llevó sus manos a su cabello mientras seguía moviéndose para desbordar toda su excitación provocó que de nuevo eyaculara dentro de ella.

La tomé por la cintura y me giré sobre su precioso cuerpo, ella sonrió y me hizo saber que quería más de mí. Y yo por supuesto que se lo daría.

Subí sus piernas a mis hombros y la penetré salvajemente, ella lo disfrutaba. Me pedía más. Gemía cada vez más fuerte, apretaba las mantas del futón con sus manos por encima de su cabeza y sus pechos se sacudían exquisitamente.

- Akaza... Me vuelves loca... - Susurró.

Sus palabras me encendieron. Besé y lamí sus piernas seguí penetrandola como verdadero animal en celo y ella me dejaba hacerlo a mi antojo.

De nuevo otro orgasmo la hizo gritar de placer y ver su rostro sonrojado y su cuerpo bañado en sudor provocó que me vaciara por tercera vez en ella.

AkazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora