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Había derrotado a un pilar. Si bien no logré asesinarlo, estaba seguro que se vería obligado a retirarse. Las heridas que le dejé fueron profundas. Irreparables.

Su ojo quedó destrozado y al parecer quedó completamente sordo de un oído.

Bien, un pilar menos.

Pero para el maestro eso no bastaba. Estaba enfurecido porque aunque vencí a un pilar aún habían tres cazadores con vida.

Me hirió por la furia que le provocaba que no hubiese acabado con los tres malditos cazadores restantes.

Y uno de ellos, el estúpido mocoso se tomó el atrevimiento de lanzarme su katana y atravesarme con ella.

Además me llamó cobarde ¿Tenía mierda en el cerebro acaso? Yo no le tenía miedo a los malditos cazadores. No huí de ellos. Huí del sol que amenazaba con asomarse.

- Juro que si te vuelvo a encontrar te aplastaré la cabeza y derramaré tus sesos maldito mocoso - pensé mientras destruí la katana que atravesó por mi espalda.

Seguí merodeando por el lugar en el que encontré una cabaña abandonada y tomé como hogar.

Devoraba a uno que otro hombre para seguir siendo más fuerte cada día.

Algunos de ellos eran los que trataban de entrar a mi cabaña buscando refugio de alguna tormenta o simplemente para pasar la noche mientras iban de caza.

Pero resultaban ser ellos la presa.

Hacía más de cien años que me había convertido en demonio y había olvidado por completo mi vida como humano.

Y aunque ver personas débiles me enfermaba, nunca me atreví a devorar o matar mujeres.

A diferencia de Douma, yo aún sentía respeto por esos seres y ni siquiera sabía por qué.

Douma era un rango superior a mí. Me venció fácilmente a pesar de haberse convertido después que yo y siempre me echó en cara que yo era más débil que él por el simple hecho de no consumir mujeres.

Para él, eran los seres con más nutrientes puesto que llevan y desarrollan vidas en su interior.

Pero yo simplemente no me atrevía a lastimarlas.

Disfrutaba de ver su belleza, cada vez que sentía necesidad de sexo usaba mi poder de seducción y ellas, a pesar de ser yo un demonio, veían en mi a humano joven y atractivo y por ello accedían.

Escuchaba entre las pláticas de humanos que la promiscuidad podría traer consigo enfermedades contagiosas. Pero yo nunca me preocupé

Era un demonio, no podía enfermarme de ninguna manera. Mis células se regeneraban fácilmente.

Podía disfrutar de la belleza del cuerpo de una mujer para saciar mi lujuria. Incluso de más de una al mismo tiempo.

Esa era la diferencia entre Douma y yo. Él disfrutaba devorarlas, hacerse más fuerte con cada una de ellas. Mientras yo disfrutaba de sus cuerpos y el placer que su calor me brindaba.

Había noches en las que admiraba la belleza de la luna en uno de los pinos más altos que rodeaban al que llamaba mi hogar.

Era relajante. Se había convertido en mi lugar favorito y nadie lo sabía. No quería compartirlo.

Cuando estaba ahí no pensaba en nada. Sentía el viento golpear mi rostro y revolviendo mi cabello y para mí era satisfactorio.

Podría pasar ahi toda la noche admirando la vista que aquel solitario lugar me regalaba.

Pero una vez que los primeros rayos del maldito sol se asomaban tenia que ocultarme rápidamente entre las sombras de las ramas de los pinos, que se convirtieron en mis aliadas en esos momentos de frustración por tener que esconderme del mundo durante el día.

Aunque ser un demonio tenía sus beneficios, también tenía sus complicaciones. Cómo el hecho de tener que ver de pronto los recuerdos de Muzan en mi mente y que él podía encontrarme fácilmente donde fuera que me escondiera, a menos que disminuyera mi aura de pelea.

Si de pronto surgía en mí el deseo de renunciar a esa vida, él lo sabía inmediatamente y me inyectaba de su sangre para hacerme más fuerte.

Así, adquiriendo cada vez más habilidades, era más difícil acabar conmigo. Y el deseo por abandonar la vida de demonio desaparecía.

Nunca entendí con qué fin quería él mantenerme a su disposición como demonio. Pero me mantenía en su poder a pesar de que podía convertir a quien él quisiera.

Me ordenó que me mantuviera cerca de ese lugar por si algún pilar regresaba a buscarme y mientras, seguía devorando hombres, delincuentes en su mayoría, a veces a uno que otro que vagaba por las noches.

Me encontraba en uno de los pinos devorando la extremidad de uno de ellos cuando al bajar la mirada noté a dos cazadores de demonios.

Por el aura que poseía cada uno parecían ser un pilar y su aprendiz.

- Ya empezaba a aburrirme - Me dije mientras sonreía maliciosamente. Y terminando de saborear la sangre que quedaba en mis dedos bajé de un solo salto hacia ellos. - ¡Cazadores! ¿Vienen por mí?

- Venimos a acabar contigo. - Respondió el que parecia ser un Pilar.

Dirigí mi mirada hacia su acompañante y fue entonces cuando la vi.

- Yo no mato ni devoro mujeres. Aléjate.

- Yo no soy "una mujer", soy una cazadora de demonios y vengo a matarte.

Su mirada...

- Yo te conozco. Sé que he visto esos ojos antes - Me acerqué a ella lo más rápido que pude ignorando por completo al imbécil que la acompañaba - ¿Cómo te llamas?

- ¡Maldito! ¡ALEJATE DE ELLA! - Escuché que me gritó el tipo que además intentó atacarme. Pero no tuve que esforzarme para evitar su ataque.

Insistí en conocer el nombre de la mujer pero ella se negaba, pensé que si me presentaba accedería a decirme su nombre pero se mostraba reacia.

Se soltó de mí y me atacó logrando cortar un poco mi brazo. Tenía agallas.

Pero rápidamente me regeneré y les hice saber a ambos lo inútil que sería atacarme.

- Dime, ¿Conoces a Kyojuro Rengoku?

Me preguntó y comenzaba a entender. Ese pilar al que derroté fue importante para ella.

- Kyojuro... Cómo olvidarlo, excelente batalla, pero ya no pude matarlo porque el sol estuvo a punto de salir. - Le dije elogiando a su amigo pero al parecer nada de lo que saliera de mi boca era de su agrado.

AkazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora