" —Siempre vamos a ser amigos, ¿no?
—Claro que sí.
—Prométemelo.
—Te lo prometo. Tú y yo siempre vamos a estar juntos.
Siempre vamos a estar juntos... "
. . .
Eran las diez y media de la mañana cuando se preparó su tercer café. Tenía tantas cosas que hacer que ni siquiera sabía por dónde empezar; las cajas se apilaban por todos lados haciendo que el apartamento pareciera más pequeño de lo que era. El único mueble más o menos armado era su cama, ubicada en una esquina, contra la ventana. Bebió un sorbo de café, disfrutando del sabor amargo y del aroma tostado. Se tomó su tiempo para terminarse la bebida caliente antes de comenzar; tenía que armar los muebles y luego empezar a desempacar.
Su teléfono sonó a todo volúmen en algún rincón de la casa. Dilan trató de agudizar el oído para ubicarlo, hasta que finalmente lo halló en el bolsillo de un pantalón, oculto entre la montaña de ropa apilada en el suelo al costado de su cama.
—¡Buenos días! ¿Cómo llevas la vida de adulto independiente?
Dilan bufó, pasándose la mano por la cara.
—Buenos días, mamá. Bueno, tengo cajas por todos lados, no sé ni por dónde empezar.
La mujer soltó una carcajada.
—Me traes tantos recuerdos. Me mudé con tu padre cuando tenía tu edad. ¡Ay! Daría lo que fuera para tener veintidós años de nuevo... Pero ¡basta! No te llamé para eso, tu padre me dijo que si quieres, después del trabajo pasa por allí para ayudarte con los muebles, lleva algunas herramientas.
—Sería fantástico. No tengo nada acá. Unos amigos de la universidad iban a venir a ayudarme también.
—Vas a ver que vas a terminar más rápido de lo que esperas. Yo ya estuve pensando en hacerte una decoración sobria, de acuerdo a tu personalidad. Quizá unas cortinas azul marino con un tul debajo, y una alfombra negra, combina con los sillones blancos que te regalamos.
Dilan esbozó una sonrisa. Sus padres le habían ayudado incluso más de lo que deberían y estaba infinitamente agradecido con ellos.
—Recuerda que mi casa no es tan grande, má...
—Eso ya lo sé, pero tú déjamelo a mí. ¡Ya tengo la tela para hacerte las cortinas! Bueno, te voy a dejar tranquilo para que puedas organizarte. Tu padre fue a abrir la tienda, sale a las cuatro de la tarde.
—Está bien, gracias, mamá. Los amo.
—Nosotros a ti, Dilan.
Cuando cortaron, guardó el teléfono en el bolsillo para asegurarse de no volver a perderlo.
Habían pasado seis largos años desde aquel día. Gael se había llevado su corazón, su capacidad de amar. En ocasiones, Dilan sentía que sería incapaz de rehacer su vida, Gael seguía presente a pesar de que habían perdido contacto.
En ocasiones se preguntaba si todavía se acordaba de él. Si aún llevaba puesto el dije con la inicial de su nombre, si recordaba todas las promesas que había hecho.
Durante el primer año se comunicaban todo el tiempo. Gael le escribía un mensaje antes de irse al colegio, le mandaba fotos, y hacían videollamada antes de irse a dormir. La diferencia horaria no significó un gran problema, ya que lograban ponerse de acuerdo y en ocasiones, seguían escribiéndose a escondidas cuando la madrugada los atrapaba. Dilan sintió una chispa de esperanza encenderse en su corazón; creyó que las cosas no cambiarían entre ellos, hasta que, de un día para otro, comenzó a notarlo distinto. Las llamadas comenzaron a ser menos frecuentes y más cortas, su voz sonaba apagada, triste. Comenzaron a tener discusiones tontas, Gael se irritaba con facilidad y aunque al final terminaba disculpándose, no quería hablar sobre lo que le estaba sucediendo. Un día, simplemente desapareció. Dilan intentó contactarlo por sus redes sociales pero las había cerrado. Su foto de whatsapp había desaparecido, lo que indicaba que podría haber cambiado su número o lo había bloqueado.
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Lazos
Lãng mạnCuando una amistad crea cimientos fuertes, no existe nada que la derribe. Dilan y Gael comparten una amistad única, de esas que muchos desean tener, pero que pocos consiguen. Amigos de infancia, confidentes, compañeros en todas sus andanzas. Sin emb...