Capítulo 11: Las palabras mágicas

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Se había cumplido el primer mes desde que Dilan y Gael se atrevieron a comenzar una relación. Con todo y contratiempos, el sentimiento que compartían crecía a medida que pasaba el tiempo. Fueron dejando los miedos atrás cuando se dieron cuenta de que su relación no había afectado en nada la amistad que compartían. Ambos se sentían más unidos que nunca.

La tarde calurosa los animó a reunirse en la plaza de deportes. Dilan llegó primero y se tumbó al borde de la cancha, con la mochila a un costado.

Después de terminar definitivamente con Carolina, su visión de las cosas cambió radicalmente. No fue consciente de que se había metido en una relación tóxica hasta que la situación se le salió de las manos, estuvo engañándose, inventando sentimientos para ocultar la realidad, que le quemaba el pecho cada vez que se atrevía a recordarlo. Había amado a Gael desde siempre, pero el miedo que sintió al descubrirlo fue tan grande, que prefirió esconderse detrás de la amistad que compartían y esperar a que ese sentimiento desapareciera. Pero eso nunca sucedió, cada vez que veía su sonrisa o sentía su abrazo cálido o su voz, su corazón latía tan fuerte que por momentos temía que se le saliera del pecho.

La sombra de Gael le arrebató el agradable calorcito que los rayos del sol le regalaban. Abrió los ojos para encontrarse con la figura del muchacho y esa sonrisita ladina que se le hacía dulce y apetecible.

Gael se puso en cuclillas luego de quitarse la mochila y dejarla junto a la del rubio.

—¿Te hice esperar mucho?

Dilan se sentó con pereza, apoyando los codos sobre sus piernas flexionadas.

—No, llegué un rato antes.

Le dedicó una mirada pícara que el castaño respondió con otra sonrisa.

En ese momento, Dilan deseó que el mundo se detuviera para poder besarlo sin que las miradas indiscretas molestaran. Los besos de Gael se habían vuelto adictivos.

—¿Vamos a jugar o te vas a quedar mirándome la boca todo el rato? —comentó el castaño, empujando suavemente al chico, que se había puesto colorado hasta las orejas.

Dilan tomó su mochila y sacó la pelota de basket. Se puso de pie, haciéndola rebotar contra el suelo de concreto. Gael se ajustó la campera deportiva a la cintura y entró a la cancha para comenzar el partido.

Pasaron la tarde jugando, conversando sobre tonterías, disfrutando de la compañía del otro. Al caer la noche, Dilan guardó la pelota y caminó con la mochila colgada al hombro hasta los baños públicos, a unos metros de la cancha. Gael lo siguió luego de ponerse la campera.

—¿Qué vas a hacer esta noche? —preguntó el castaño mientras se lavaba las manos.

—No sé, mi madre se fue a ver a mi tía y papá trabaja en la noche.

El rubio bajó la mirada, para evitar entrar en contacto con la de Gael. A pesar de que ya habían hecho un par de cosas juntos, todavía le daba bochorno invitarlo a pasar la noche en su casa, porque ambos sabían que no irían solo a ver películas. Por tanto, aunque la invitación fuera inocente, las dobles intenciones estaban a la vista.

—¿Quieres que vaya? Podemos buscar algo para mirar.

Dilan soltó una risa nerviosa. Sentía que Gael era capaz de ver a través de él

—Claro —respondió después de unos momentos, secándose las manos con la camiseta, luego de sacudirlas.

Caminaron de vuelta en silencio, disfrutando de la brisa fresca que trajo consigo la noche. El cielo despejado les ofrecía un panorama de estrellas titilantes digno de una película romántica. Dilan sintió ganas de tirarse en el pasto y disfrutar del paisaje antes de entrar.

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