Capítulo 20: promesa de marinero

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Observaba a Gael al disimulo, desde el otro lado de la barra. Tomaba su chocolatada con calma mientras sus ojos pardos recorrían la cafetería. Llevaba quince minutos armándose de valor para ir a hablar con él, pero no se atrevía.

—¿Dilan qué estás haciendo...?

Su madre lo sorprendió por la espalda, haciéndolo dar un respingo.

—¡Shhh!, ¡mamá!

—¡¿Qué?! —La mujer siguió la mirada de su hijo, y cuando vio al castaño, lo comprendió todo—. Ah, ya entendí de qué se trata. ¿Te estás escondiendo?

—¡No! Yo estaba... Vine a buscar una cosa.

—Estuviste tantos años esperándolo..., y ahora está sentado allí. Yo no puedo creer que haya venido a buscarte. Creí que esas cosas solo pasaban en las películas.

—Mamá, no estamos en una película. Se esfumó por seis años y ahora se apareció de la nada, como si todo estuviera de maravilla. ¡Y tú encima vas y le das la dirección de mi casa!

La mujer chasqueó la lengua dejando la bandeja de muffins decorados sobre la barra.

—Si quieres pasar la página, lo único que tienes que hacer es decirle que se vaya. Es tan sencillo como eso. Eso lo decides tú, pero no vas a llegar a ningún lado si sigues aquí, escondido como un tonto.

Dilan bufó molesto por los regaños de su madre. Tomó una bocanada de aire antes de salir al salón y cuando llegó a la mesa, la mirada de Gael le puso la piel de gallina.

Se quitó el delantal, lo dejó encima de la mesa y tomó asiento frente a él.

—Mira, no sé qué es lo que pretendes, pero si crees que puedes venir a hacerte el interesante conmigo después de haber desaparecido de mi vida, estás equivocado. Sufrí y lloré lo que no tienes idea, lo pasé fatal por tu maldita culpa, y no estoy dispuesto a pasar por ese infierno de nuevo.

Se detuvo cuando notó que Gael lo miraba con los ojos encapotados, con una sonrisa tonta en el rostro.

—Sigues haciendo los mismos gestos cuando te enojas —comentó cruzando los brazos sobre la mesa.

—¡Termina ya con eso! —exclamó el rubio, golpeando la mesa, con un violento rubor en las mejillas.

Gael miró hacia la barra levantando la mano para saludar a la madre de Dilan, que observaba todo mientras fingía acomodar los muffins en la bandeja circular de dos pisos. La mujer, al verse descubierta, imitó el gesto y desapareció por la puerta que daba a la cocina.

—Todos se van a enterar de lo que estamos hablando, princesa. No te alteres tanto.

—Deja de llamarme princesa.

—Nunca te molestó que te llamara así.

—Sí, pero las cosas son diferentes ahora. Ya no tenemos siete años, ni dieciséis.

Gael suspiró apoyando las dos manos extendidas sobre la mesa. Dilan observaba sus movimientos con atención, temeroso de que sus palabras duras lo lastimaran más de la cuenta. El rubio estaba dolido, pero no podía negar que el regreso de Gael había encendido una chispa en su corazón roto. Él creía que lo había olvidado, que había rehecho su vida con otra persona, y allí estaba, sentado frente a él, rompiendo todas sus suposiciones y poniendo su vida de cabeza.

—Tengo algo para ti y espero que puedas leerlo cuando tengas un tiempo libre.

Buscó en el bolsillo de su abrigo, el cuaderno que contenía las cartas que le había escrito. Dilan tomó el cuaderno y lo abrió. Habían unas cuantas notas cortas y cartas que ocupaban dos carillas. Leyó por encima una de ellas, y se le formó un nudo en la garganta. Cada carta tenía fecha, día y hora en la parte superior de la hoja.

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