Capítulo 3: Ángel De La Guarda

137 69 88
                                    

Los monstruos más temibles son los que se esconden en nuestras almas. Edgar. A Poe

Mi mamá acariciaba mi cabello y comencé a sentir como mis lágrimas destrozaban poco a poco mi corazón. El dolor tan fuerte que afloraba en mi pecho se hacía cada vez menos soportable. Comencé a hiperventilar y pasé horas mirando a un punto fijo sin poder decir siquiera una palabra, me encontraba inmersa en mis pensamientos. Un frío inexplicable recorría mi cuerpo. Mis ojos enrojecidos reflejaban miedo ante la sensación de desesperanza y soledad que nuevamente comencé a sentir. Pasé toda la noche llorando sin tener la fuerza para detener mis sollozos. Por más que intentaba buscar una explicación no la encontraba. Había muerto mi mejor amigo pero yo me negaba a aceptar su pérdida. No podía entender como Dios podía ser tan injusto, como podía arrebatarle la vida a un niño, a un inocente que solo transmitía felicidad en donde quiera que estuviese. Era la mejor persona que había conocido. Su sonrisa no se borraba de mi mente y comencé a aferrarme a los recuerdos de todos los momentos que pasamos juntos: cuando le conocí, el primer chiste que me hizo, su sobreprotección conmigo y la paciencia infinita que siempre me tuvo. Cada imagen que venía a mi cabeza dolía más que la anterior. Un escalofrío rodeó mi cuerpo al recordar sus últimas palabras. La impotencia y la ira que sentí por mí misma despertaron una versión agresiva mía que desconocía.

—¡Mamá, él lo sabía, él sabía que algo malo le sucedería y no le escuché, no le ayudé! ¡NO HICE NADA!— solté en un grito desesperado.

—Calma Hapril, todo estará bien— me susurró mientras algunas lágrimas corrían por sus mejillas.

—¿Todo estará bien? ¿En serio? ¿No escuchaste lo que te acabo de decir? ¡Murió por mi culpa!

Me levanté de la cama y comencé a golpear la pared más cercana hasta ver mis nudillos sangrar.

—Tranquila mi niña. Lewis no querría esto- me dijo abrazándome por la espalda para intentar calmarme.

—Ojalá pudiese dar mi vida por la suya— dije desplomándome al suelo.

Cuando amaneció me vestí dispuesta a asistir a su funeral. Al salir de mi habitación el primer rostro que vi fue el de Cameron.

—No dejaré que vayas. Ese no es un lugar apropiado para una niña.

El cúmulo de sentimientos que se apoderó de mí hizo que le perdiera todo el miedo que en algún momento le tuve.

—¿Una niña? ¿Ya no soy la puta que no tiene padre? Así me llamaste tú. Me da gracia que quieras jugar el papel de papá perfecto ahora. No te queda bien- le dije con un tono irónico esbozando una sonrisa.— Desde este instante tú a mí no me dices que hacer.

La adrenalina se apoderó de mi cuerpo y aproveché esa sensación para salir de la casa y dejar a mi querido papá atónito.

La noticia había sido divulgada con rapidez. En el funeral habían personas que ni siquiera conocía. Una señora amiga de la familia comentaba afuera como había ocurrido el accidente. Me detuve a escucharla.

—Cuando regresaban para su casa el papá de Lewis perdió el control del volante por un animal que apareció de la nada. Debido a ese mal movimiento el auto cayó por un barranco. Habían 5 personas en el carro y solo él murió.

Al oírla reafirmé lo que ya suponía. Lewis estaba seguro que moriría ese día, pero no lograba entender como podría ser eso posible.

Cada niño de mi clase estaba en el velorio. Pude ver como muchos lloraban e incluso escuché como algunos exaltaban su memoria. Es irónico que el día de su muerte todos decían quererle, todos elogiaban sus virtudes y cuando vivía le trataban como a un patito feo.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora