IX

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Los días pasaban unos iguales a otros, daba igual si era tarde o noche, todo era exactamente lo mismo. La desesperación, la angustia, el sufrimiento, todo era latente y constante. Los pasos amortiguados de las personas al ir y venir le eran completamente indiferentes, le era tan apática la vida que si bien podría caerse el mundo a pedazos él se mantendría inmensamente desentendido. Sus emociones eran tan exactas y tan imprecisas a la vez, como si lo ahogasen en un abismo sin salida. La voz de su amigo Kiyo se escuchaba a la distancia, amortiguada por la bruma de su agonía, escuchaba sus sonidos, pero se extraviaba en el significado de las palabras. Jacob era incapaz de dar cabida al mundo real... la presencia de otros le pasaba inadvertida. Un movimiento fugaz captó insignificantemente su atención, era la señal de partida, Kiyo se alistaba para retirarse después de otro intento fallido por animarle. Las ventanas de la habitación yacían cerradas con polvo pero nadie tenía el valor de involucrarse por temor a incomodar más de lo necesario. Kiyo dio media vuelta para dirigirse a la puerta, no sin antes recitar las oraciones habituales: "si hay algo en que pueda ayudarte, no dudes en pedírmelo" dicho esto cruzó la puerta y cerró por detrás. Los ojos de Jacob lo siguieron hasta el final; con la vista perdida desvió su mirada cansina hacia la charola del almuerzo sin apenas tocar, el apetito no era un lujo del que pudiese disfrutar; afligidamente se volteó sobre su costado convirtiéndose en un ovillo al tiempo en que su abuelo ingresaba nuevamente a la habitación; traía consigo un par de platos dispuestos a reemplazar los abandonados del almuerzo. Jacob podía sentir su mirada fija sobre su espalda, pero no tenía la fuerza para enfrentarlo; de pronto, un firme apretón se sintió sobre su hombro, era la mano de su abuelo estrujándolo en un acto de consuelo; su corazón se hizo añicos y oprimió los labios; segundos después pudo escucharlo alejarse de la habitación; solo entonces, Jacob se permitió sucumbir ante las lágrimas, mitigando sus quejidos resguardado entre las sábanas... Un día más había concluido...

Las partículas de polvo danzaron sobre su ventana a medida que el sol se iba levantando. La furia con la que apretó la manta sobre su cabeza denotaba el poco interés que tenía por la vida. Odiaba cada amanecer. Odiaba cada despertar. ¿Por qué debía soportar esta tortura constantemente día a día? No alcanzaban las palabras para describir todo el dolor que le aquejaba, cada pensar, cada respirar, era una eterna congoja, la angustia lo mataba y atormentaba atascandose en su pecho como si estuviese a punto de estallar. No había aguante en su corazón para tanta emoción. Quería llorar y llorar sin poder hacerlo o llorar y no encontrar consuelo. No importaba que hiciera, simplemente nada tenía sentido. No tenía sentido el animarse, no tenía sentido el levantarse, no tenía sentido el existir. Todo, absolutamente todo era inútil. El dolor no desaparecería. Un fuerte estruendo se escuchó al impactar la puerta contra la pared; era su abuelo quien acudía a ponerle fin a su suplicio de una vez por todas.

-Necesito que salgas de esta habitación... -Sentenció con firmeza. Jacob ni se inmutó. No tenía fuerzas para nada. Sólo vacío. De alguna forma había bloqueado sus emociones en su interior. Su abuelo se puso severo. No podía permitir que se abandonase de esa manera. -¡LEVÁNTATE! ¡NO PUEDES DEJARTE VENCER ASÍ! -Esperó a que hubiese algún tipo de reacción, sin éxito. Un estridente chirrido sonó por lo bajo de la casa, era el timbre de la entrada dando el aviso de visitas; resignado, su abuelo se retiró rápidamente para acudir al llamado. Jacob pudo escuchar el bullicio amortiguado de las voces al ingresar; una de estas tenía un tono particular en la voz; eso lo hizo reaccionar un poco; podría reconocer ese tono bajo cualquier circunstancia. Lentamente apoyó lánguidamente su brazo fuerte y sintiendo todos sus músculos protestar, se levantó de la cama.

Minutos más tarde, un mar de pasos acudieron a su cuarto, tocaron la puerta repetidas ocasiones sin obtener respuesta, suceso por el cual ni se inmutaron, simplemente ingresaron a la habitación. Una vez dentro se toparon con la tal e insólita sorpresa de que Jacob había desaparecido.

El mirar del AlmaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant