II

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En un día no muy lejano. Cinco años atrás.

El brillo del sol resplandecía con intensidad. Las gotas de rocío descansaban sobre las hojas y pétalos de las flores. El olor a madera húmeda se impregnaba en el ambiente. Las cigarras cantaban por el regreso de la lluvia. Las voces de los niños se escuchaban a la distancia en medio del jugueteo en el río. Jacob de diez años era uno de ellos. Sus padres lo habían dejado a cargo de su abuelo durante las vacaciones de verano. Disfrutaba de su estancia junto a sus amigos. De todas las estaciones, esta se había convertido en su favorita. Lo azul del cielo, lo cálido del sol, el verde de las hojas. Todo reflejaba vida. Pero lo que más le alegraba del día, era la llegada de aquella chica de cabello anaranjado, piel marmoleada con finas pecas y ojos color miel que contemplaba cada tercer día del mes. Su presencia era como la calidez de mil soles, y su energía, irradiaba la vitalidad del mismo fuego; o tal vez, solo era una mera perspectiva de un chico enamorado.

La tarde comenzaba a llegar a su ocaso, y Jacob sabía bien que no podía dejar pasar su oportunidad. Se había asegurado de eso. Llevaba memorizando cada detalle semanas antes. Sabía a la perfección las palabras que diría, el lugar al que iría, y la hora en que estaría. Todo estaba planeado; únicamente faltaba esperar el momento, y ese había llegado. Inspiró profundo y soltó el aire lentamente para relajarse mientras lidiaba en colocarse torpemente sus waraji; no entendía el porqué, de su abuelo, por aferrarse con ellos; no tenía ninguna lógica/práctica de seguir utilizando semejantes trastos viejos que no eran para nada cómodos existiendo tanta innovación; pero en fin, no podía quejarse, al final del día, era su casa, y por lo tanto sus reglas. Siguió batallando con los lazos hasta que bufó de desesperación al no poder colocar uno correctamente. Había que dar tres vueltas alrededor del tobillo, entrecruzarlo con el otro, para finalmente enredarlo con...¿Era así? ¿O se había equivocado? Pff. ¡No tenía tiempo para eso! Argo llegaría al río en menos de quince minutos y no arruinaría sus planes por una estúpida chancla. Decidió atarla como pudo y salió corriendo. Todo estaría bien, siempre y cuando su abuelo no se diera cuenta.

Llegó al borde del río minutos más tarde; se encontraba agitado y respiraba con la boca abierta. Casi se echaba todo a perder por culpa de la estúpida chancla que se había zafado a mitad del camino y le había rasgado el dedo gordo del pie. Con cada paso que daba, cojeaba y le ardía; pero nada de eso le importó en cuanto la vio. Su deslumbrante sonrisa fue capaz de aliviar cualquier dolor. Estaba tan embebido admirándola, que por un instante se olvidó de su plan. Nunca había sido tan consciente de sí mismo como en ese momento. La espalda y las manos le sudaban, y su ritmo cardíaco se elevaba; tenía la impresión de que el palpitar de su corazón podía escucharse metros a la redonda. Trago grueso. Ese tenía que ser el día, se había prometido. No podía echarse para atrás. Tomó valor de donde pudo y se obligó a continuar. Nada podía fallar. Todo estaba planeado. Tenía que funcionar.

Comenzó a caminar; pero paró en seco. ¡No podía ser! ¿¡Por qué tenía que ser así!? Lucas, tal vez amigo de su infancia, rodeaba celosamente a Argo. Siempre estaba con ella, como un depredador a su presa. Era imposible acercarse a ella sin tener que vérselas con él. ¿Por qué? Se supondría que el día de hoy estaría sola; como todas las veces pasadas donde habían intercambiado una mirada cómplice junto con una sonrisa tímida a posteriori. ¿Qué haría? ¿Sería mejor esperar? Giró a ver la posición del sol. No. Pronto se iría a su casa, y si no iba con ella; tal vez no tendría otra oportunidad hasta que él regresase nuevamente de vacaciones el año siguiente. ¡Demasiado tiempo! ¡No! Tendría que arriesgarse, ahora.

Fue caminando en su dirección esquivando unos cuantos niños empapados que jugaban en la orilla. Hubo uno que otro que estuvo a punto de tropezar con él; pero sus reflejos lo ayudaron. Bajó por la vereda hasta introducirse en el agua, si cruzaba por el río llegaría más rápido. El pequeño puente que unía ambos lados se encontraba unos cuantos metros más arriba. Demasiada vuelta. Jacob puso su vista fija en su objetivo. Argo le sonreía jovialmente a Lucas quien le contaba algún chisme que le era completamente indescifrable. ¿Qué podría ser tan divertido? Lucas no podía ser tan genial; aún si él fuese de cabellos dorados y compartiera el mismo tono de color de ojos, en esa pose de tipo guay. No. Lo obvio era que Argo le sonreía así debido a que sus buenos modales no le permitirían mostrarle ningún desaire. Sí. Tenía que ser eso. Sonrió para sí. Hoy sería el día en que hablarían por primera vez. Ya podría Lucas irse muy lejos.

El mirar del AlmaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant