V.

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La ilusión puede convertirse en la perfecta droga de la juventud.

La casa del abuelo era tal y como la recordaba. No había cambiado mucho desde la última vez en que había estado ahí, salvo que a lo mejor la casa se veía más vieja. Jacob avanzó por el pasillo hasta llegar al comedor donde su madre y su abuelo ya se habían instalado. Ambos picaban verdura para la comida en una armoniosa charla familiar. Jacob decidió ir a ayudar a su padre que aún batallaba trayendo consigo el equipaje del auto. La ladera era demasiado empinada para que pudiese subir conduciendo, de manera que había que cargarlas hasta la casa. Con el sudor en la frente, su padre dejó caer la última valija al pie de la escalera. Ya le tocaría a Jacob subirlas al cuarto; pero antes, era mejor ir a apoyar en la cocina; tenían las horas contadas antes de que venciese el plazo del auto prestado. Cada verano, siempre había sido lo mismo, ningún transporte público llegaba directamente al pueblo, así que sus padres rentaban un auto después del viaje en avión y, posteriormente conducían hasta la zona.

Jacob observaba atentamente su plato. No lograba recordar el nombre del platillo, y estaba seguro de que su abuelo se lo preguntaría tarde o temprano. Tenía que pensar en una forma de distraerlo ¿Poner de pretexto la tarea de desempacar? Sí, posiblemente eso le daría tiempo.

-Hijo. ¿Hay algún problema? -La voz de su madre lo tomó por sorpresa. Bueno, supongo que no era gran cosa después de todo.

-Perdón. Es que no recuerdo el nombre del platillo.

-¿Y por eso la cara seria?

-Sí.

Sus padres y el abuelo se miraron perplejos los unos a los otros. Después de unos momentos en silencio, estallaron en carcajadas. -Ya tendrás tiempo para acordarte de las cosas.-Agregó su madre a media risotada, limpiándose una lágrima que le escurría por el ojo. Jacob los miró atónito, no pensó que se lo tomarían tan a la ligera, o tal vez él estaba exagerando. Estiró su brazo para servirse más arroz en su tazón. Una pequeña ave se posó sobre el barandal de la ventana. Se quedó ahí durante unos instantes mientras decidía a dónde volar. Jacob la observó apaciblemente. Vio de reojo como su padre se removía incómodo en su lugar cambiando de postura de una inclinación a otra. Olvidaba que su padre no había tenido la misma formación que él y su madre. Miró al abuelo y lo encontró en una conversación muy animada con su hija; misma que continuó incluso horas después de terminada la comida. Ambos tenían mucho de qué hablar; cosas con las que ponerse al corriente; como los cambios en la ciudad o la reciente renovación del apartamento. Su madre lucía extasiada, como una niña en navidad. Jacob los dejó y fue con su padre a ayudarle con los trastes.

-¿Cómo te sientes?- Le preguntó su padre.

-Bien...supongo. Algo nervioso en realidad.

-Pero ¿Por qué? Nunca antes habías tenido problemas; al contrario, te fascinaba la idea de venir a pasar las vacaciones, con tus amigos y todo eso.

Era verdad. Lo había olvidado. A partir de secundaria había perdido todo contacto con ellos debido a lo aislado que estaba el pueblo. Posiblemente hubiesen tenido la posibilidad de comunicarse por mensaje de no haber sido porque la señal de ahí era inexistente. Su nuevo regreso podría ser una buena oportunidad para reencontrarse con ellos. De pronto, se sintió agradecido con su padre.

-¡Tienes razón! ¡No debería preocuparme!

-¡Así me gusta!

Sus padres se retiraron al cabo de unas horas, no querían que la noche los agarrara en el camino. Después de muchos mimos, besos y abrazos, partieron en el automóvil rojo que los había traído. Jacob se despidió con la mano en compañía de su abuelo. En cuanto los perdieron de vista, cerraron la puerta y entraron a la casa.

El mirar del AlmaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant