Cap. 7

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Yo siempre supe que cuando nací no era deseado.

A pesar de lo mucho que a avanzado la sociedad, aún con la igualdad de género y las jerarquías Alpha, Beta y Omega, muchas familias tradicionales seguían utilizando y pisoteando a los omegas.

Para mí desgracia, la familia en la que nací era un orgulloso linaje de puros alphas.

Yo tenía un hermano gemelo. Mi otra mitad por decirlo de algún modo. El era todo lo que yo no era.

Era delicado, como cualquier otro omega lo sería. Muy fino y obediente, sumamente adorable y sumiso.

En cambio yo, era defectuoso como omega, no me doblegaba ante los alphas de mi familia ni ningún otro.

No era adorable ni sumiso. Era muy delicado en apariencia como cualquier omega, pero mi apariencia engañaba. Era tan fuerte y tosco como cualquier  otro alpha en la familia.

Decían que yo era una abominación. Era realmente defectuoso.

Mi único apoyo era mi hermano. Lo mismo ocurría con él.

Lo único defectuoso en mi hermoso hermano para nuestra familia era lo sumamente enfermizo que era.

Nuestros padres nos rechazaron desde el primer momento por ser omegas.

Los mayores de nuestro hogar de igual forma nos despreciaban por la misma razón.

No fué una buena niñez. Nuestros padres y abuelos solían pegarnos con frecuencia. Por cualquier cosa o motivo.

Siempre traté de proteger a mi hermanito de todos ellos. Y lo había logrado hasta " ese día ",
ese maldito día en el que comenzó mi nueva vida.

Como cualquier otro día regresé a casa de la escuela. Mi hermanito se tuvo que quedar en casa a causa de un resfriado.

Iba lo más rápido que podía para poder regresar a cuidarlo.

Por muy niño que fuera sabía que nuestros familiares no lo cuidarían en mi ausencia.

Al llegar a casa, extrañamente no había ningún sonido.

Era algo raro. Normalmente papá y mamá siempre discutían culpándose mutuamente la razón de nuestro nacimiento como omegas.

Por alguna razón tenía un mal presentimiento. Algo no estaba bien.

Subí los escalones hacia nuestra habitación con toda la rapidez que me daban mis piernas.

Al abrir la puerta de nuestra habitación lo vi. Contemplé como lucía el maldito infierno.

Mi hermanito. Mi adorable hermano estaba en la cama. Su pálida piel tenía grandes manchas de sangre.

Había mucha sangre por donde alcanzara la vista. Las paredes, el interior de la puerta, el suelo, las sábanas, sus ropas de dormir, todo tenía sangre.

Había laceraciones y moretones nuevos, a pesar de los que ya adornaban nuestra piel.

Serían marcas que nos iban a durar toda la vida gracias a la cicatrización.

Ahora seré yo el único de ambos que cargue con esas marcas hasta mi muerte.

Solo sentía rabia. Una rabia insana que me hizo reír como lunático.

Porque yo lo sabía. Sabía que no debía haber salido de nuestro hogar esa mañana. Sabia que debería de haberme quedado.

Sabia que esos malditos y desgraciados alphas no querrían cuidar de él.

My Sweet OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora