Capítulo veinte y cuatro: Recuerdos y rumores

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—Cariño te espero desde hace diez minutos, el baloncesto no te esperará.

Grita mi padre desde el pie de las escaleras, el no entiende que las chicas necesitan tomarse su tiempo para salir de casa.

—Ya voy—le devuelvo el grito aún más alto—.

Bajo corriendo las escaleras y me apresuro a entrar al auto, papá me sigue con un bolso negro en las manos—¿No se te olvida algo?—era el bolso con mi uniforme—.

—Para eso te tengo a ti—digo con una sonrisa inocente, no sé que haría sin él—.

Arranca el auto y llegamos rápido al partido ya que papá,como siempre, se saltó uno que otro semáforo.

—Espera—me detiene cuando estoy a punto de entrar a la cancha—.

—No sé si lo sabes pero tengo un poco de prisa.

Sonríe y con su mano acaricia mi mejilla—Pase lo que pase ahí fuera recuerda que eres mi campeona.

—Que cursi eres—salgo corriendo con una gran sonrisa—.

Despierto agitada, la almohada está llena de sudor al igual que mi ropa.

—Otra vez estos sueños—murmuro con fastidio poniendome de pie y dirigiéndome al baño—.

Desde que me reencontré con mi padre he soñado con momentos de nosotros juntos de hace años. Todos son recuerdos felices. Claro que me alegra tenerlos y vivirlos otra vez pero al mismo tiempo es inevitable pensar en que ya no podré crear unos nuevos.

Siempre termino igual; llorando debajo del agua imaginando miles de futuros posibles al lado de mi padre. Mi mente es inundada por los partidos, las risas y las tardes de películas que eran tan características de cuando aún tenía una familia.

Si sigues así, enfrascada en el pasado de ningún modo vivirás al cien por cien tu presente. Dice mi consciencia y créeme que se que debo pasar página, sin embargo se vuelve un poquillo difícil con estas toruturas constantes llamadas sueños.

—¿Diga?—habla aquella mujer que se encontraba a punto de abrir la puerta y ahora responde a una llamada—.

—Hablo para decirle que apenas quedan cuatro días, luego puede olvidarse de que su hijo recupere la vista—contesta la voz al otro lado de la línea—.

La mujer, Emilia, forma en su mano izquierda un puño. Le da tanta impotencia no poder hacer nada al respecto, así fue desde que le dieron la noticia.

Su hijo tiene una enfermedad que degenera los globos oculares.

Hasta ahora no se conoce una cura.

La única cura posible es una operación.

Ha pasado por un carrusel emocional las últimas semanas al no parar de darle vueltas al tema. Por mi culpa el va a perder su única oportunidad, se castiga a sí misma cada vez que puede.

Ella y su esposo han hecho todo lo que estaba en sus manos; horas extras, trabajos de medio tiempo, préstamos, pero ha sido inútil. Por más que estiren el dinero se dieron de que este no iba a llegar. Su esposo se dió por vencido, en cambio ella todavía sigue con la esperanza de que ocurra un milagro. Sabe que los milagros son lo que la gente devota diría como un favor de Dios y ella nunca ha sido muy religiosa pero por lograrlo ha ido a la iglesia y rezado todas las noches para que ocurra este milagro.

Lloró en silencio frente a la puerta de su hijo, que sin saberlo había escuchando toda la conversación y que ahora,junto con su madre, lloraba haciendo el menor ruido.

A crane for you ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora