Capítulo treinta y tres: El dinero para la operación

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Dos días después.

—Todo este tiempo he estado haciendo el papel de estúpida—suelto tirando el teléfono a un lado, quedando escondido entre los cojines—.

Una chica lloraba en inconsolablemente en el sofá de la sala, paralizada y a la vez triste, esa chica era yo.

No he podido ver a Félix desde entonces, la tan siquiera mención de su nombre es un tema tabú para mi, o lo era hasta que recibí una llamada de su madre.

—Hola—respondí sin muchos ánimos, no tenía ganas de saber nada relacionado con ese sujeto—.

Su voz al otro lado de la línea estaba quebrada, dando la alusión de que estuvo o está llorando.

¿Qué habrá pasado? ¿Le sucedió algo a Félix?

No, no me importa.

—¿Todo bien, Emilia?—pregunto más por educación que por otro motivo—.

—No, Mar—contesta entre sollozos—.

El corazón se me aprieta.

—¿Qué sucede?—digo, ahora sí con interés genuino—.

—Solo queda un día...—y dejé de escuchar—.

Un día, sabía a la perfección que significaban esas palabras, tan solo restaba un día para salavar a Félix. Vale, no tenía deseos de verlo ni en un pintura pero, a quien engaño, me dolía como el demonio.

Creo haber escuchado el timbre, indicando que alguien estaba en la puerta, sin embargo, lo único que quiero es estar sola, así que lo ignoro. Meto mi cabeza entre mis rodillas, como si ese simple acto pudiera hacerme olvidar todos mis problemas.

—¿Mar?—oigo que me llama la voz de mi madre, seguro fue ella quien abrió la puerta, pues dejé de escuchar el timbre—.

No sé en que momento llegó. Antes de irse yo me preparaba para ir a la escuela cuando en el último momento decidí quedarme ya que supuestamente me "dolía" la cabeza. Ya veo venir el interrogatorio,

¿Por qué no fuiste a la escuela?

No me sentía bien como para oír las aburridas clases de Literatura, o correr un kilómetro por culpa del profesor de Educación Física, sería mi respuesta.

—Cielo, Stefan vino a verte—la siento detrás de mí—.

Genial, lo que me faltaba.

—Dile que no estoy—hablo en un tono tan bajo que dudo que me haya oído, pero por el sonido de la puerta cerrarse pienso que sí—.

—Cariño—dice algo preocupada, ya me la imagino con el ceño fruncido a pesar de seguir con la cabeza a lo avestruz—¿Estás bien?

Rompo en llanto.

—No, no lo estoy—contesto revelando mi rostro y encontrándome con la mirada angustiada de mi madre—.

Se sienta a mi lado.

—¿Qué pasa?—inquiere sin perder la amabilidad en sus palabras, esa que me hace confiar en ella—.

Son tantas las cosas que me pasan que ya no sé por cual empezar, las palabras se atoran en mi garganta, solo logrando la salida de más lágrimas.

—Ya, ya—me acerca a su pecho y pasa la mano por mi cabello en un intento de calmarme—.

—Un día mamá—confieso—solo queda un día—repito con trisreza—.

A crane for you ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora