Hope: "Confianza de que aquello que se desea va a suceder"
Albus Potter había perdido la esperanza de que todos olvidaran el caos que su imprudencia había ocasionado.
La gente murmuraba a sus espaldas, el Quidditch parecía detestarlo, los recuerdos...
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—Buenos días... Lily.
Albus y Kaia intercambiaron miradas mientras Scorpius se veía nervioso. Acababa de detenerse, impidiendo que la Gryffindor siguiera con su camino para forzar al fin una respuesta de su parte.
Lily no se inmutó. Con los ojos fijos en su libro de Transformaciones, rodeó al Slytherin, no sin antes murmurar un “Buenos días Kaia; Hola Al” con la vista centrada en su lectura.
Scorpius bajó la mirada hacia sus zapatos. Ese acababa de ser el vigésimo sexto intento por lograr entablar conversación con la hermana menor de su mejor amigo, pero una vez más, ella lo había ignorado.
Tal y como le había prometido aquella vez, hacía dos meses, Lily no había vuelto a intervenir en nada que tuviera que ver con él.
—Scorpius —intentó hablar Albus, mas su amigo estaba lo suficientemente concentrado en el suelo como para prestarle atención.
Ahora era cuando sentía el lugar vacío que siempre había sido ocupado por Lily. Él, siendo tan despistado y lento para ciertos asuntos, jamás pensó que aquella comodidad que sentía alrededor de Lily era en realidad el concepto mismo de sentirse seguro ante una amistad.
Nunca se había dado cuenta de ello hasta que la perdió.
Porque Lily ya no lo buscaba en los recesos para consultarle algunas tareas que no comprendía, ni se detenía en las mañanas para preguntarle por su día o responderle un saludo cuando se encontraban por los pasillos.
Ella ya ni siquiera buscaba intervenir cuando recibía el rechazo de Rose o la burla de uno que otro estudiante.
—Acabo de recordar que el profesor Slughorn me pidió que lo viera en su despacho —murmuró cabizbajo—. Nos vemos después, chicos.
Y se fue, la brisa gélida de la mañana revolviendo sus claros cabellos mientras iba en una dirección opuesta a la que Lily había tomado.
—Esto no hace más que empeorar con el correr de los días —bufó frustrado Albus, masajeando sus párpados con cansancio.
—Y ninguno de los dos quiere escuchar ideas —suspiró Kaia, el vaho escapando de sus labios—. Me temo que no quieren que nadie más se meta en este tema, pero tampoco piensan en una solución concisa.
—Eso, sin duda alguna, lo heredó de mamá —dijo por lo bajo, pateando una pequeña roca en medio del pasillo—. Cuando decide algo es muy difícil que le hagan cambiar de opinión y mi hermana está demasiado enojada.
—Más que enojada, creo que está dolida.
Albus la miró de soslayo y murmuró suavemente antes de cerrar el tema.
