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Una tonta sonrisa adornó el rostro de Kota el domingo, ese sábado le había dejado la dopamina por los cielos, no podía pensar en otra cosa que en el chico de cabello castaño y ojos felinos. No importó que le regañaran del trabajo al día siguiente o que su padre le hubiera golpeado una cachetada por pensar que era una prostituta por llegar tarde a casa, nada importó, podía seguir aguantando, sí, la vida no era difícil, muchas personas la tenían peor que ella y no se quejaban, ¿por qué debería hacerlo? A pesar de todo, a pesar de todo lo malo, ella no vivía mal, tenía amigos, tuvo una madre que la amo con todo su ser, tenía un hogar el cual llegar cuando oscurecía y tenía... volvió a sonreír al recordar a Suna. Sí, su vida no era tan mala.

Sabía que esos pensamientos tan positivos venían solo por la necedad del amor, pero no le importaba, si con eso podía vivir un poco más, lo aceptaría con los brazos abiertos. Sin embargo, hoy era lunes.

Quedó en la entrada del edificio cuando escuchó unas pisadas sobre la nieve.

Daisy —llamó alguien, la chica sabía quién era y sonrió con ternura. Solo había una persona en toda la tierra que la llamaba de esa manera,

—Señor Benito —respondió la chica como saludo. El anciano, ya de edad, que vivía a un lado de ella, en esos departamentos y de origen estadounidense que se quedó en Japón luego de la guerra —Salió temprano hoy.

—Sí, tenía que hacer unas compras para mis perros, Daisy, niña, ¿te gustaría acompañarme luego a sacarlos a pasear? —Kota asintió rascando su nuca, recién ahí el abuelo se fijó en el uniforme de la chica —¿Vas a clases?

—Sí.

—¿Hoy? —preguntó extrañado y Kota sabía porqué.

—Hm-jum —respondió en una monosílaba y el abuelo le sonrió alegre, se acercó a ella tambaleando levemente y le dio un fuerte abrazo.

—Me alegro por ti, niña —le dio unas palmadas, algo fuertes, pero llenas de cariño, en la espalda de la chica y Kota se rió —Tu madre también lo estará.

—Eso espero —soltó un suspiró y se separó del hombre, ya incomoda con tanto cariño de repente —. Entonces, hoy a la misma hora, señor Benito.

—Claro que sí, Daisy, nos vemos luego, que te vaya bien en tus clases.

El abuelo volvió a cargar la pesada bolsa de comida para perros cuando Kota dio unos pasos hacia la escuela, pero se detuvo soltando un suspiro agotado y sin decir palabra, se devolvió por donde vino, tomó la bolsa de las manos del hombre, la puso sobre su hombro y comenzó a subir las escaleras hasta el cuarto piso, con las palabrotas del abuelo siguiéndola.

—¡Ya, yo puedo solo!

—Sí sé.

—¡Entonces, déjala ahí, mocosa! —le ordenó pero Kota hizo de oídos sordos y siguió subiendo la bolsa. El hombre no podría con ese peso él solo y ella ya estaba acostumbrada a cargar cosas pesadas. Cuando llegó al cuarto piso, frente a la puerta del abuelo Benito, la soltó y recibió un golpe en su brazo que la empujó un paso hacia adelante —¡Mocosa tonta!

—Auch —se quejó ella frunciendo el ceño —¡Eso dolió!

—¡Te dije que yo puedo!

—¡Y le dije que si sabía! Solo dé un gracias —masculló ella pateando una roca imaginaria en el suelo. Él comenzó farfullar sobre los jóvenes de ahora que se creen demasiado y ella rodó los ojos —Bueno, no es como si lo hiciera por un gracias.

El abuelo suspiró y la empujó hasta las escaleras.

—Ya, ya, vete a la escuela —le reclamó y Kota soltó una risilla jocosa.

Smile For Me [Suna Rintaro]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora