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No podía creer lo que estaba pasando, mi jefa y yo nos estábamos besando. El beso era lento y sus labios muy suaves, y el sabor del vino lo hacía aún mejor. Sus manos se posaron en mi cintura, y me atrajo hasta su cuerpo, todo se iba tornando intenso a medida que la pasión y el deseo iban aumentando. En cuestión de segundos ya ninguna de las dos teníamos nuestra camisa, y santana empezó a besar mi cuello, y no podía evitar que se me escapara uno que otro gemido.

Cuando estaba a punto de quitarme el brasier, se detuvo y se separó de golpe. Abrocho su camisa y me pidió disculpas: -Creo que he excedido mi límite con el vino...y contigo. Esto está mal, eres mi empleada y yo tu jefa, nuestro trato no puede ir más allá, en serio lamento todo esto. Se colocó sus zapatos y tomo su bolso.

-Santana, espera por favor, le suplique. ¿Para quién está mal? Yo solo puedo ver que somos dos personas que sienten, y tú y yo estamos sintiendo mucho en este momento. Me puse de pie y me acerque a ella, le acaricie la mejilla y le dije que la deseaba. –No se trata de si tomamos mucho vino o no, me pasa que te veo y pierdo la noción del tiempo, tu belleza me traslada a un sitio maravilloso, cuando escucho tu voz es como si se me detuviera el tiempo. Por favor quédate, hazme sentirme tuya. Y mañana veremos qué hacer.

Ella simplemente soltó su bolso y se lanzó nuevamente a mi boca, estaba segura que esta vez no habría nada que nos detuviera. Mientras nos besábamos, caminamos hasta a la habitación, ya en frente de la cama, santana se tomó el tiempo en desnudarme y admirarme. En sus ojos podía ver el deseo que sentía, cuando me tenía completamente desnuda me tumbo sobre la cama, y ella fue quitándose todo lo que llevaba encima.

Sentir su piel sobre la mía era como estar en las nubes, sus besos me estaban volviendo loca, mi cadera moviéndose le hizo entender que estaba lista para más, bajo a mis senos y su lengua en mis pezones me hacían explotar. Mis gemidos hacían que a ella se le escapara alguno, mientras uno de mis pechos estaba en su boca, su mano jugaba con el otro. Mi espalda se arqueaba y manos apretaban la almohada sobre mi cabeza. Poco a poco fue bajando, dejando suaves besos sobre mi abdomen, lentamente abrió mis piernas y mientras me miraba con lujuria, su lengua hizo contacto con mi botón de placer y fue mi perdición.

Pasamos toda la noche explorándonos, tocándonos, acariciándonos, besándonos, y perdiendo la cuenta de cuantas veces llegamos al orgasmo. Podría decir que es el mejor sexo que tenido en toda mi vida, su entrega y su manera de darme placer era maravillosa. Estábamos exhaustas, sudadas, mirándonos, mientras tenía mi mano agarrada contra su pecho. Alcanzo a decirme algo en un susurro hasta cerrar sus ojitos y quedarse dormida.

"Te quiero"... sus palabras quedaron golpeando mi cabeza, me preguntaba si era eso lo que realmente había dicho, o yo entre mi cansancio había escuchado mal. Después de pensar tantas cosas y de memorizar todo lo que había ocurrido, Morfeo llego a mí.

Sin Miedo a QuerernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora