Se avecina tormenta

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Cova tardó ni más ni menos que cinco minutos en poner a Martín Berrote, ahora más conocido como Palermo, en su lista de personas a las que ignorar el resto de su vida. 

Intercambiaron un par de frases que fueron lo suficientemente claras y concisas como para que ambos comprendieran, en apenas unos segundos, que no estaban hechos el uno para el otro. 

Sergio pensó, en un primer momento, que aquello no haría más que entorpecer el desarrollo del plan, pero para su sorpresa ambos adultos mostraron signos de madurez y, en lugar de discutir el uno con el otro de forma constante, se limitaron a ignorarse como si la presencia de uno fuera inexistente para el contrario. 

Los días pasaban muy lentamente para la rubia, que empezaba a impacientarse ante la lejanía de Alicia. Apenas habían intercambiado un par de palabras en las últimas semanas, y por lo que la pelirroja le había contado, la cosa no iba nada bien para Río. 

- Tengo ganas de verte. 

Esas cuatro palabras, esa simple oración, fue lo último que escuchó de la boca de Alicia antes de que colgara la llamada que había tenido lugar hacía ya seis días. Su última llamada. 

Había tratado de ponerse en contacto con ella, pero aquello parecía misión imposible. 

Se encontraba en ese momento tumbada sobre uno de los jardines que adornaban la seriedad del Monasterio en el que se encontraba viviendo en ese momento. Los minutos de paz y tranquilidad eran escasos, especialmente con el argentino rondando a su alrededor con molestia, por lo que Cova había aprendido a valorarlos muy bien. 

Lo malo de esos momentos de soledad eran los recuerdos que la invadían inevitablemente. Las ganas de coger el primer avión que saliera en dirección a Alicia eran, en ocasiones, demasiado fuertes. Cerró los ojos un breve período de tiempo mientras se preguntaba hasta que punto le compensaba apoyar incondicionalmente al Profesor. ¿Realmente valía la pena todo aquello? Sinceramente creía que no. Especialmente si tenía en cuenta la posibilidad de perder a su pelirroja favorita. 

Pero Río era Río. Y era un miembro de la Banda. Y era un hermano pequeño para ella. Y le quería. Y no podía abandonar a alguien a quien quería. 

Cuando volvió a abrir los ojos una pequeña lágrima cayó por su mejilla derecha. Una lágrima que expresó de la forma más simple aquello que no era capaz de expresar con palabras. Se sentía dividida, de una forma que no se había sentido nunca. Le resultaba muy difícil posicionarse, especialmente si tenía que elegir entre la familia o el amor. 

Un amor que había surgido de la forma más inesperada, pero que la había levantado del pozo en el que se había sumido tras la muerte de Berlín. Un amor que, en ocasiones, parecía ser lo suficientemente fuerte como para traicionar a la Banda. 

La característica risa de Denver la sacó de sus pensamientos, y cuando sus ojos se encontraron con su brillante sonrisa, comprendió que no, que el amor que sentía por Alicia no era tan fuerte. Que no podía traicionar a la Banda, a aquella que había sido su familia. 

Pronto se vio rodeada por esa familia, pues uno a uno se fueron acomodando a su alrededor. A su derecha se tumbó Denver, seguido de Estocolmo. A su izquierda, Tokio. Tras ella se sentó una sonriente Nairobi que, tirando del brazo de Helsinki, le obligó a acomodarse a su lado. Bogotá, Marsella, Palermo y el Profesor se mantuvieron en pie. De Lisboa no había rastro. 

El sol empezó a caer sobre ellos, y los últimos rayos, aquellos más perezosos, tiñeron de naranja la piedra que formaba las paredes del lugar. Cova volvió a cerrar los ojos cuando rayo traicionero molestó su clara mirada. Sintió las manos de Nairobi sobre sus hombros, y aunque aquel resultó ser un gesto reconfortante, deseó al girarse poder encontrarse con la mirada de Alicia. Pero no fue así. 

Traición {Alicia Sierra}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora