Prólogo

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Año 2003

Mi padre y mi madre son drogadictos. Ellos sólo viven para ellos mismos y para sus adicciones. No les importa nada más, ni siquiera yo. De hecho me odian. Mi papá me odia porque dice que con mi llegada se tuvo que casar con mi madre y eso significó arruinar su vida. Mi madre me odia por el simple hecho de haber llegado; con mi llegada arruine su juventud, su cuerpo y destruí su relación con papá.

No es que hable muchos con ellos como para saber muchos detalles pero, ¿cómo no saber eso? Es lo único que se la han pasado diciéndome en toda la vida. Cuando están en casa solo es para insultarme, maltratarme, recordarme lo malo que es para ellos mi existencia. Y por supuesto, para drogarse.

Era un día de enero, había mucha nieve pues había nevado toda la noche. Mis padres como siempre llegaron a casa y comenzaron a drogarse en la sala de estar. Yo estaba en mi habitación escuchándo música, esa era mi única forma de distraerme y olvidarme de todo. Escuché muy a lo lejos que gritaban mi nombre, me quité los audífonos viejos -que solo trabajaba un auricular- y salí de mi habitación.

—¡¿por qué tardas tanto, niña?! ¡¿No escuchas que te estoy hablando?!— dijo mi papá en tono fastidiado y un poco enfadado.

—lo lamento, estaba escuchando música— respondí temblorosa. Era algo que no podía evitar por más que quisiera, le tenía miedo, miedo a sus reacciones.

—¡cuando yo te hablo me gusta que me hagas caso al instante! ¡Lo sabes muy bien!—

Yo solo fui capaz de inclinar la cabeza y asentir.

—¡habla, niña malcriada! ¡Sabes muy bien que me gusta que me respondan!— gritó de nuevo.

—si— dije en voz débil, todavía con la cabeza inclinada.

—ahora ve a la cocina y tráenos unas cervezas—

Rápido me dispuse a ir pero para mi desgracia no había cervezas. Regrese a la sala en pequeños pasos temblorosos con la cabeza inclinada.

—no hay cervezas— susurre, realmente queriendo que no me escucharan y esperando a que se estuvieran drogando para que olvidaran las cervezas.

—¡como que no hay cervezas!— dijo mi padre, muy indignado.

—¿no será que tú te las tomaste?— preguntó mi madre con recelo. Yo rápido negué con la cabeza repetidas veces.

—no, claro que no— Obviamente yo no me las había tomado, ellos lo habían hecho y todos sus amigos que siempre iba a casa pero por supuesto que mi madre encontraría algo que decir para que yo quedará como culpable. —seguramente fue Roberto— Me atreví a decir y no sé porque lo hice. Tal vez porque me moleste un poco que si quiera les pasara por la cabeza que yo, una niña de 13 años, podría tomar alcohol; más al instante me arrepentí de haberlo dicho.

—¡¿qué dijiste?!— preguntó mi padre, realmente molesto. —¡no vuelvas hablar mal de él!— gritó —¡ahora ve por mas cervezas a la tienda—

—ya no quiero robar— dije en un susurro, temiendo lo peor. Estaba cansada de hacerlo, yo sabía que no era correcto. Además, temía que un día alguien me descubriera y me llevaran a prisión.

—¡repite lo que dijiste!— gritó ahora mi madre. Mi padre comenzó a quitarse el cinturón de su pantalón. 

—que ya no quiero roba...— no pude terminar la frase cuando mi padre me dió el primer golpe.

No le importo en que parte del cuerpo me diera, ni que tan fuerte, ni mucho menos cuantas veces. Yo solo fui capaz de cada vez encogerme más y sollozar ante el dolor. Trate de no concentrarme mucho en el dolor y pensar en algún lugar bonito pero aún así sentía como la hebilla del cinturón me hacían rasgaduras en el cuerpo. Sin embargo, lo que más me dolió de todo eso fue ver a mi madre, sentada, viendo como mi papá me golpeaba mientras sonreía de satisfacción.

Mis Mejores MilagrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora