¿Era el momento de renunciar? La incógnita no dejaba de merodear y acrecentar mis insomnios.
Tal vez ya no cabían excusas para justificarlo —froto mi sien—. Siento cómo la desesperanza comienza a calarse hasta lo más profundo. La epifanía era evidente, aunque abrasadora. El momento donde la cruda verdad logra ser tan evidente, doblegando hasta el último ápice de esperanza para obligarte al fin a tomar la decisión correcta.
Sin duda alguna, nos conocía lo suficiente como para saber cuál era la culminación devastadora de todo esto si no decidía poner un límite y un punto final.
Él decidía marcharse sin dar explicación alguna luego de todas las promesas, volver, y decir cuan arrepentido se sentía —el mismo final que permití repitiéramos tantas veces—.
Pero ya estaba todo más que claro ¿no?, absolutamente estaba muy a mi pesar, más que demostrado, ya no necesitaba más comprobantes de prueba y error. Sus acciones, esas que lograron romper cada parte de mí, habían quedado claras en incontables ocasiones —Las incontables veces que me negué a verlo—. ¿Por qué no lo había cuestionado antes?, ¿por qué justifiqué lo injustificable en "nombre del amor"?
Mis manos sujetaban mi cabeza, aturdida, no podía contener los sollozos. Rara vez era asertiva con mis acciones, había una decepción en mi pecho más grande lo que pudiese imaginar. Sobre mí, sobre él, sobre todo lo que me había obligado a soportar. Raciocinios fueron los que sobraron para deber irme, él iba en contra de todos mis juicios y no me importó continuar.
No me amaba —¿cómo podía a estas instancias considerar siquiera que en algún momento lo hizo?—. Al menos ahora sabía que solo había sido lo seguro.
Esta vez no iba a otorgarle el beneficio de la duda de cuántas veces podía irse y regresar sin que ello tuviese consecuencias.
Y que quien dice amarte puede destruirte en mil añicos con total impunidad —¿el fin podía justificar los medios tan atroces? —indiscutiblemente, los medios no habían valido el dolor que ocasionaron y tampoco podía seguir fingiendo que no lo había justificado en tantas situaciones teniendo la verdad enfrente, sin importarme las consecuencias más tarde.
Pero sin importar cuánto doliese, era hora de decir adiós y tener la franqueza que no iba a morir por dentro, ni en el intento. No podía volver a permitir tales indiscreciones, no sabía a ciencia cierta en qué momento me había vuelto tan débil y haber dejado que lograra arremeter contra cada parte de mi autoestima, dignidad y orgullo.
—Te amo, no imagino la decepción y expectativas que tenías en mí, perdón por herirte y romper tu corazón una vez más, desearía que volviéramos a intentarlo, esta vez voy a luchar por vos —dijo
Había esperado tanto tiempo escucharlo decir esas palabras que solo podía preguntarme con qué derecho podía atreverse a decir tal cosa, ¿Por qué decía amarme cuando las acciones decían todo lo opuesto? Era hora de erradicar la creencia de que el amor todo lo sufre y esta era mi primera forma de revolución, quizá una de las mejores epifanías sobre el dichoso amor propio, ponerme primero, elegirme sobre cualquiera y ser yo misma quien me amase más de lo que jamás nadie podría Hacelo.
—Yo también te amo, pero me amo más, lo suficiente como saber cuáles son las cosas que ya no merezco —dije—.
Sabiendo que nunca más iba a volver a permitir esa clase de tratos tan destructivos que te dejan sobre el subsuelo preguntándote en que momento te convertiste en esa persona tan desconocida y ajena a vos mismo sin principio alguno.