5- Caramelo envenenado

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Venecia, Mayo de 1929

La luna de miel se sucedía como únicamente puede ocurrir en Italia. Vittorio y yo habíamos recorrido ya toda Sicilia y me había paseado ya por Florencia y Pisa. Jamás le había visto tan sonriente como cuando me retrató delante de la Torre Inclinada, riendo al hacer como que la sostenía como una pareja más de enamorados que hacen un viaje de placer. Era refrescante huir del ajetreo de Nueva York, de sus intrigas y confabulaciones, del brillo peligroso del acero en las pistolas y las descargas de botellas de contrabando en la madrugada. 

Europa era un paraíso para mí. Era hermosa y bella, llena de arte y sentía un aire de libertad. Aún así, veía a Vitto preocupado. Estando en Venecia, le descubrí asomado en la ventana del Palazzo donde nos alojábamos de cara al Ponte Vecchio.

-Vittorio, amor, ¿qué te ocurre?- Le pregunté, pasándole la mano por la espalda. Iba en mangas de camisa mientras una deliciosa melodía de jazz sonaba en la gramola de una casa lejana. Bajo nosotros, el canal discurría en una tarde más calurosa de lo habitual para los meses de primavera. Mi flamante esposo fumaba apoyado en la balaustrada gótica, y dejó caer la ceniza a las aguas turbias del canal. Tardó en responderme, y cuando lo hizo, fue con cautela.

-¿Te gusta Italia, Liz?- Preguntó con un deje de nostalgia en la voz.

-Es preciosa. Fíjate, no tenemos que ir con cuidado para comprar una botella de whisky.

-¿Sabes por qué, mi vida?- Apagó el cigarrillo en la piedra, lanzándolo despreocupadamente al canal.- Porque eres neoyorkina. Eres una preciosa invitada americana, y aquí el poder quiere congraciarse con todo aquél que tenga dinero. Pero el pueblo agoniza, y mi familia no puede ejercer sus negocios con libertad. No me gusta el tipo que está al cargo. Razón de más para llevarme de aquí a todo el que pueda.

Ladeé la cabeza. Pocas veces Vitto me hablaba sobre política más allá de los concejales o los alcaldes de Nueva York, ya que no solíamos tener trato con gente más allá de nuestro estado. El Gobernador de Nueva York estaba absolutamente congraciado con nosotros, y teníamos vía libre. Solo pedía tener la menor cantidad posible de crímenes en las calles y que, los que hubiese, fuesen limpios. Al fin y al cabo estaba encantado de poder recibir su dote mensual de ginebra.

-No sabía que te interesase la alta política, amor.

-Y no me interesa, hasta que mi familia se ve comprometida.- Se apartó del alféizar y golpeó con la mesa el periódico del día. Benito Mussolini había mandado cerrar las fronteras a importaciones, cargándolas con fuertes aranceles.- Esto no ayuda en nada al negocio del vino en Sicilia, querida. Creo que va a haber desbandada general. Tenemos que prepararnos para una posible avalancha de recién llegados a Nueva York.

-Míralo de otra forma, Vitto.- Le arreglé el cuello de la camisa, haciéndole apoyarse en la mesa, y le sonreí.- Carne fresca para la familia. Nuevos chicos, nuevos cobradores, nuevos favores.

Vittorio pasó los dedos por mi mejilla y mis labios con una sonrisa y me besó suavemente.

-Me sorprende que siempre seas tan positiva.

-Hay que serlo para poder triunfar, ¿no crees? Si nos pasamos el día lamentando los cambios no veremos las oportunidades.- Abrí el botón superior de su camisa, y pasé los dedos por su piel, desabrochándolos uno por uno para descubrir su torso. El vello oscuro cubría la palidez de su cuerpo cincelado, y me mordí los labios antes de volver a mirarle a los ojos. No hizo falta una sola palabra, devoró mis labios en un beso cargado de deseo antes de hacerme subir sobre sus caderas, apoyando las rodillas sobre aquella mesa, y rodeé su cuello con mi brazos. Vitto levantó mi falda y apartó mi ropa interior en busca de aquello que anhelaba desde el primer día que cruzamos la mirada.- Ahora olvídate de política. Estamos de luna de miel.

Madame Puzo- Una Historia de Time Princess (Liz Colvin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora