Capítulo 9

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El día que Tom se fue de casa, Bill sintió que algo de él quedaba roto en dos. Desde entonces su trabajo cambió radicalmente, ya no era el asistente personal del hijo de los Kaulitz y Samantha con tal de no tenerle delante le mandó cuidar del jardín. Casi no entraba en la casa sino para comer o dormir, pero Bill lo agradecía.

Le gustaba sentirse rodeado de la naturaleza, no había nadie tras él para gritarle si se retrasaba en la cocina y la comida se enfriaba. Disponía de tiempo para él y arrodillado en el suelo mientras trasplantaba los rosales de la señora Kaulitz por enésima vez, pensaba en cuando Tom volviera.

El día que se fue tuvo un momento y lo aprovechó para despedirse en condiciones de él. Le llevó a un rincón y besándole en los labios prometió estar a su lado cuando menos se lo esperara. Dos semanas se pasaban rápidas, pero a Bill le parecieron meses.

Estaba muy nervioso, esa noche Tom y su mujer regresarían de su primer viaje y entonces él tuvo que volver a sus quehaceres en la casa. Le encargaron limpiar a fondo la habitación del matrimonio y cambiar las sábanas. Una vez más se arriesgó y cortándose un mechón de pelo que anudó con un lazo azul lo dejó bajo la almohada del lado de Tom.

Llegarían a la hora de la cena y aunque sus padres dijeron de estar, les salió un compromiso al que no se pudieron negar y para cuando llegó su hijo y nuera, solo estaban los criados para recibirlos.

Nada había cambiado, Carol Kaulitz seguía siendo igual de fría y mandona con sus subordinados. Quería que le preparasen un baño y su doncella personal se encargó ella misma mientras que Bill portaba el equipaje de Tom.

—Cuelga sus nuevos trajes antes de que se arruguen—ordenó Carol yendo delante de ellos—Y como maches o rompas uno solo, serás debidamente castigado.

—Si señora—murmuró Bill.

Entró directamente en el vestidor de Tom, quien primero pasó al dormitorio donde esperó hasta que Carol fue a la otra habitación a tomarse su baño relajante. Entonces corrió al lado de Bill y le estrechó en sus brazos.

—Mi amor—susurró contra sus labios.

Bill lloraba de emoción, le había echado mucho de menos. Y más su amor sentir como le besaba mientras bajaba las manos de su cintura hasta sus nalgas, que acariciaba sobre la fina tela del pantalón que llevaba.

—Te he traído un regalo—dijo Tom cuando se separaron sus labios.

—¿Para mí?—preguntó Bill muy emocionado.

Tom asintió y metiendo la mano en el bolsillo de su pantalón sacó una cadena de plata que mostró sonriendo. Un corazón plateado se balanceaba ante los alegres ojos de Bill, quien se quedó sin respiración al verlo.

— ¿Es para mí?—repitió sin atreverse a cogerlo.

Tom asintió y sin decir nada se colocó a su espalda. Retiró a un lado el largo pelo de Bill y rodeó con la cadena su cuello, que besó tras cerrarle el broche.

—Así tendrás mi corazón contigo para siempre—dijo contra su piel.

Bill asintió y volviéndose en sus brazos se apoderó de sus labios.

—Para siempre—repitió en un susurro.

Tom sonrió y le abrazó con fuerza, enterrando la cara en su pelo y aspirando hondo su dulce aroma.

—Te he echado mucho de menos –dijo Bill suspirando.

Esperó una respuesta por su parte, pero solo escuchó los latidos de su corazón. Era tal el silencio que reinaba en la habitación...

El amor nunca muere (Psicofonía de amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora