Capítulo 3

82 14 2
                                    

Los días siguientes los dedicó a conocer el pueblo. No era muy grande y las únicas tiendas que había eran un pequeño supermercado, un ultramarino en el que se vendía de todo y un bar. Y nada más. Ni un cine, ni una buena tienda de música,...nada. Era como un pueblo fantasma.


Y la gente de su edad....no entendía que demonios hacían allí, porque no se habían largado a la ciudad a por algo de diversión. Él lo haría si pudiera, en menos de 6 meses cumpliría los 18 y sintiéndolo mucho regresaría a la ciudad. Ya lo había hablado con sus amigos, podría compartir un pequeño apartamento con ellos. No pensaba pasarse el resto de su vida en ese pueblo, él aspiraba a más.

El sexto día despertó con una idea en mente. ¿Y si organizaba una pequeña fiesta? En la casa de al lado, por supuesto. Su madre jamás le dejaría que trajera invitados a la nueva casa tras lo que les había costado limpiarla a fondo. Y ellos preferían estar solos, con la música bien alta y bebiendo si parar.

Se levantó de la cama e hizo las llamadas necesarias. Para la hora de comer Georg y Gustav ya habían corrido la voz por sus amistades y esa misma noche irían todos al pueblo a la fiesta organizada en la casa fantasma, como así la llamaron para dar mayor publicidad.

Lo siguiente sería deshacerse de su madre, no quería que llamara a la policía o algo parecido porque se había montado una fiesta en la casa de al lado. Casi lo hizo la segunda noche cuando vio entrar una pareja, no se movió de la ventana murmurando que no entendía porque no echaban la casa abajo si para empezar estaba medio en ruinas y solo servía para lo que servía.

Él no la hizo caso, la dejó hablando a solas y subió a acostarse, pero no pudo reprimir el deseo de asomarse a al ventana pero no para espiar ni nada. Echaba de menos a la chica que había "conocido" el primer día, había algo en ella que le llamó mucho la atención, aunque solo le había visto su larga melena. Era como si la conociera, o eso pensaba. Le daba la sensación de que en más de una ocasión había tenido ese pelo entre sus dedos, cerraba los ojos y era como si lo sintiera tan suave y sedoso...

Bajó a comer y se encontró con la sorpresa de que su padrastro se llevaba a su madre a cenar fuera.

—Espero que no te importe quedarte en casa solo—dijo Simone mirando a su hijo.

—Mamá, que tengo 17 años—resopló Tom.

—Tom sabe cuidarse solo, Simone—intervino Gordon.

—Lo sé, pero no me gusta que vivamos al lado de una casa en ruinas—murmuró Simone.

—Estaré viendo la tele o con la música a tope—explicó Tom tratando de calmar a su madre—Y no abriré la puerta a nadie, ni al fantasma de al lado.

—Tú ríete—refunfuñó Simone.

— ¿No me digas que crees en ellos?—preguntó con asombro Tom.

—Les tengo respeto—contestó Simone.

Tom sacudió la cabeza y siguió comiendo en silencio, al menos había conseguido que la casa estuviera libre la noche de la fiesta y fijo que tras esos días de intenso trabajo por la mudanza, a su padrastro le apetecería pasar una velada agradable con su madre y regresarían tarde.

Terminaron de comer y se fue a su habitación a tumbarse en la cama a escuchar música mientras llegaba la hora. Cuando entró su madre a despedirse, se levantó y besándola en la mejilla le deseo suerte.

Simone miró extrañada a su hijo, siempre era reacio a besos y abrazos y en esos momentos le daba uno in habérselo pedido.

—Conduce con cuidado—le dijo Tom a su padrastro.

El amor nunca muere (Psicofonía de amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora