Los meses pasaron y Tom...había cambiado. Sentía que todo el mundo le miraba raro y fijo que cuchicheaban a su espalda. Ya ni hacerle el amor a Bill le saciaba y empezó a beber y a beber. Incluso Carol le repudiaba y llegó el día en que echó del todo de su cama. Ya no dormían en la misma habitación y cuando estaban en casa de sus padres se alojaba en la de invitados mientras que él ocupaba la misma de siempre.
Todos sabían el porque y pensaban que todas las noches Bill se colaba en su cama y se iba al alba. Pero era todo lo contrario, Tom caía dormido preso del alcohol y pasaba la noche solo mientras que Bill lloraba en su cama sintiéndose abandonado.
Y eso cambió su carácter también. Quería hablar en serio con Tom pero como si lo presintiera Tom cambiaba de tema o le besaba cortándole la respiración. Bill caía en sus redes y al final la conversación pendiente quedaba olvidada hasta la próxima vez que sintiera que le faltaba algo. El amor de Tom...
Una noche se armó de valor y esperó a que todos en la casa se hubieran ido a la cama para salir de la suya y meterse en la de Tom. Recorrió la silenciosa casa a oscuras y descalzo como estaba para no hacer ruido alguno entró en la habitación de Tom.
La luz estaba encendida y le vio sobre la cama. A un lado en la mesilla había una botella de whisky vacía. Odiaba que bebiera, no era él en ese estado. Podía llegar a ser cruel con él y no recordar al día siguiente nada del daño que le hacía. Pero él si lo hacía, y toda esa confianza que un día llegó a tener en Tom iba disminuyendo con cada hora que pasaba. Si, le seguía amando con toda su alma pero ya empezaba a creer que jamás iba a conseguirle, que solo podría tenerle en las sombras de esa lúgubre casa.
Respiró hondo y se sentó en el borde de la cama, levantando una mano y acariciando la suave mejilla de Tom.
— ¿Tom?—le llamó en voz baja.
Esperó sin dejar de acariciarle hasta que le vio pestañear y abrir sus enrojecidos ojos. Había algo en ellos....algo que no había visto en mucho tiempo...
— ¿Tom?—repitió en un susurro.
—Bill...mi amor...—susurró también Tom.
Hacía mucho que no le decía que era su amor y una vez más olvidó porque estaba allí. Se inclinó sobre él y rozó sus labios con un beso. Le despertó del todo, y cuando quiso darse cuenta yacía desnudo bajo su cuerpo mientras que le embestía a un ritmo lento. Sus labios apenas separados jadeaban contra los de su contrario, sus ojos fijos en los del otro derramaban lágrimas emocionadas...
—Te quiero con toda mi alma—susurró Bill entre sollozos.
Tom asintió y acelerando el ritmo se derramó en su interior entre hondos gemidos. Hacía mucho que no hacía el amor de esa manera, sintiéndolo en cuerpo y alma. Y a Bill le pasaba lo mismo, las últimas veces había sido solo sexo. Pero esa noche, el amor se respiraba en el aire.
Pasó esa noche junto a Tom en su cama, sin importarle que al día siguiente alguien pudiera pillarlos. Si ya lo sabían... ¿qué importaba?
Llegó el nuevo día y sin que ellos lo supieran venía cargado de sorpresas. La primera se la llevó Tom cuando abrió los ojos y vio la desnuda espalda de Bill contra su pecho. Él le abrazaba la cintura con fuerza y había dormido con la cara enterada en su dulce cuello. Sentía sus nalgas rozarle la pelvis y se frotó contra ellas jadeando por lo bajo.
—Bill...—gimió con los ojos cerrados.
No se pudo reprimir, siguió frotándose hasta derramarse contra su espalda. Le abrazó con más fuerza mientras sentía un profundo orgasmo recorrerle el cuerpo hasta dejarlo saciado.
ESTÁS LEYENDO
El amor nunca muere (Psicofonía de amor)
EspiritualUna voz en el viento le llevó mil y un recuerdos, ¿a quién pertenecía esa dulce voz? ¿Por qué le decía que le seguía amando? ¿Qué fuerza le hacía volver la mirada a esa casa abandonada, como si hubiera alguien espiando por la ventana? "A veces tambi...